«Escucha mi voz Señor». Es lo que hemos dicho en una de estas oraciones pidiendo juntos y subrayo lo de juntos, desde cada una de nuestras tradiciones, a Dios, la paz. Escucha Señor nuestra voz en esta noche. Escucha nuestra voz y la de nuestro mundo. Especialmente desde el clamor de las víctimas, de lo que mueren, de los pobres y de quienes sufren infiernos infinitos porque vivimos en tiempos difíciles y por eso tenemos este momento de oración. Tiempos complejos y muy delicados. Tiempos de oscuridad que especialmente necesitamos la luz de tu amor, de tu compasión y de tu misericordia.
Los creyentes, desde cada una de nuestras tradiciones, no queremos vivir ciegos ni insensibles ante el llanto de tus hijos y, por eso, necesitamos en medio de la noche la luz del Resucitado ante tantos calvarios que hay en nuestro mundo. Los múltiples conflictos armados, en diversas regiones del mundo, son parte de una realidad global de violencia extendida. Aunque no aparecen como una guerra mundial única, como se daba en las del siglo XX, los conflictos en Tierra Santa, Siria, Yemen, Ucrania, África, y en tantas partes del mundo, forman un mosaico de violencia que afecta a millones de personas y son conflictos no solo bélicos, sino también económicos, sociales y ambientales.
Una guerra continúa alimentada por una carrera armamentística que crece a expensas del sufrimiento humano. Hambre, pobreza y desigualdad es un círculo maléfico que se retroalimenta, pues muchas guerras son la consecuencia de una desigualdad y una injusticia social donde los recursos se utilizan para la guerra en lugar de para el desarrollo humano.
«La guerra siempre es una derrota dondequiera que se combata. Las poblaciones están exhaustas, cansadas de la guerra que siempre es inútil, solo lleva muerte y destrucción y no traerá nunca la solución del problema», es lo que no se cansa de decir el Papa Francisco. Las guerras son siempre un fracaso de la humanidad. En lugar de construir puentes, los conflictos arman barreras entre las personas y destruyen la fraternidad universal que debe caracterizar la relación entre los pueblos.
Señor, sabemos que nuestra debilidad tú eres la luz y nuestro sustento. Con el llanto de los pobres esta noche, juntos, no sabemos más que orar. Orar por la paz. Porque ante la violencia, a un cristiano le sobran razones para hacerlo. Oramos ante ti Señor por la paz, para manifestar nuestra fe. Fe en el Dios de la vida, en el Dios trino, todo amor, que crea, sostiene y cuida la vida.
La oración siempre es eficaz en el plano del amor de Dios. En esta oración nos abrimos a los demás. En esta oración, en el plano del amor, se nos concede el don de encontrar caminos creativos de reconciliación y de paz. Oramos por la paz porque creemos en Jesucristo, el Príncipe de la Paz, que pasó por el mundo haciendo el bien, perdonando a quienes le crucificaban y atravesando cualquier calvario de violencia e injusticia.
La guerra es uno de esos terribles clavos que laceran la carne y el alma de Nuestro Señor en la cruz y como cristianos nos sentimos llamados y convocados, juntos, esta tarde a quitar clavos, a bajar de la cruz a multitudes de gentes crucificada por las guerras y que están muy cerca de nosotros. Familias rotas, muertos, heridos, mutilados, desplazados, muy cerca de nuestras tranquilidades. Oramos por la paz porque queremos y necesitamos estar cerca de quienes están cerca de ti, Señor.
Nuestra fe nos dice que la oración lo puede todo, especialmente cuando se une al llanto y al clamor de los pobres y sencillos. Con ellos rezamos esta noche. Las víctimas son esta noche nuestros maestros de oración para nosotros porque ellos nos enseñan que la oración es la única fuerza del humilde que confía solo en Dios y solo se apoya en su paz. A su oración, a la oración de los pobres, nos unimos esta noche porque allí nos convocas Señor, allí te quieres quedar. Tú eres el Dios de los que sufren y sabemos que estás ahí, llorando con los niños, sufriendo entre los bombardeos en el bloque ante las insensateces del ser humano.
Oramos juntos esta noche porque necesitamos el don de la conversión para poder perdonarnos y aprender a pedir perdón y amar al enemigo como camino para la paz. Sí, reconciliarnos para poder construir el deseo de la fraternidad que brota del misterio de comunión en el amor que es el Dios, uno y trino. Necesitamos convertirnos de esos egoísmos, de intereses espurios, de la tentación de hacer caso a los halcones de la guerra y del terrorismo que sacan ventajas personales de la muerte y la destrucción.
Oramos para que Dios arranque de nuestros corazones todo sentimiento cainita por sofisticado que sea. Por eso, nuestra oración esta noche va unida al compromiso del ayuno. Ayunamos de cuanto ánima la violencia, toda violencia. Ayunamos del insulto y de la agresión. La oración es el primer paso para abrir el corazón a la paz y sensibilizarse ante el sufrimiento. Pero también nos abre al compromiso personal y social para construir esa paz en el mundo, una paz entre nuestras iglesias y en nuestras iglesias, en la familia, en los barrios y en cada espacio.
Oramos, pues, acogiendo la llamada del Señor para ser constructores eficaces de su paz. Él cuenta con nosotros, juntos, sin violentarnos, como enamorado, y nos llama cada día a construir su Reino, Reino de justicia y de paz, de amor y de vida. Reino que tenemos que hacer especialmente presente en medio de aquellos que necesitan nuestra oración, nuestra solidaridad y nuestra acogida. Hagamos presentes, hoy y aquí, en nuestra oración, entre el replicar de las campanas, a los miles de refugiados que son víctimas de las guerras. Que cuando llamen a nuestras puertas no las encuentren cerradas.
Por eso, quiero aprovechar para hacer un nuevo llamamiento, sobre todo a las instituciones religiosas para poner en disposición de acogida sobre todo espacios de media y alta capacidad durante un tiempo determinado. La diócesis será la primera en hacerlo. Con seguridad, estas guerras terribles, van a provocar nuevos desplazamientos forzosos que demandarán aumentar nuestra capacidad de acogida y nuestra fraternidad.
Oramos por la paz, porque al ver la Tierra Santa, la tierra que pisó el Maestro, la tierra que escuchó su Palabra de vida empapada en sangre, se nos rompe el alma porque estamos llamados a construir una tierra donde el hermano siempre sea objeto de nuestra preocupación y cuidado. Oramos para no olvidar a los hijos de Dios, lo peor es olvidar o vivir anestesiados ante el drama de las guerras que tenemos tan cerca.
Hoy en esta catedral hay muchas luces, pero solo una es indispensable e insustituible, la de Cristo Resucitado que vence a la muerte a todas las muertes. Señor, ilumina el corazón de los violentos, toca la muerte de los halcones de la violencia, libranos de la oscuridad de nuestros corazones que con frecuencia se dejan llevar de sentimientos de ira y de rencor. Ayúdanos a ser testigos de tu paz, comunidades, iglesias que transmitan tu paz. Subrayo testigo de tu paz, no la del mundo, no de la que nace de nuestra lógica, sino la que nos das por medio de tu Hijo que nos amó hasta el extremo.
Desde nuestras Iglesias, junto te pedimos Señor, que donde haya odio, pongamos fraternidad, donde haya violencia, pongamos perdón. Señor haznos instrumentos de tu paz, porque con la guerra se pierde todo, y con la paz podemos ganar todo, lo primero a ti, el Príncipe de la Paz.