Cada día la Palabra de Dios nos va iluminando y nos va dando la posibilidad de celebrar en la Eucaristía la vida, los acontecimientos, lo que traemos cada uno de nosotros. Cada uno de nosotros venimos a Misa y repasamos un poco el día de hoy, lo que nos ha preocupado, la gente que ha pasado a nuestro alrededor, lo que llevamos en el corazón y eso es lo que aportamos cada día en la Eucaristía.
Hoy, la Primera Lectura además nos va diciendo que eso que traemos, lo que llevamos en la vida, pertenece a una historia más grande. Somos ese gran templo, somos parte de esa gran construcción y somos parte de una familia grande que tiene como orientación vivir y ser lugar de Dios.
Todo lo que aportamos no es solo para nosotros, sino que tiene por un lado gente que ha vivido antes, nos acordamos hoy de Juan Pablo II, de ministros de nuestra iglesia, de catequistas, de sacerdotes, de gente que ha vivido antes que nosotros y que nos ha traído aquí y posibilita la ofrenda de hoy.
Posibilita también que cada uno de nosotros seamos parte de ese gran templo y lugar de Dios que como nos decía la lectura está destinado a crear puentes, ser lugar de acogida para todos, a crear, nunca división, sino entendimiento entre las personas. Eso es también lo que quiere ser una catedral como esta y eso es lo que nos recuerda continuamente cada templo, que todos nosotros somos parte de ese lugar que siempre remite a Dios.
Por eso hoy, venir a celebrar la Eucaristía es agradecer a todos los que antes nos han traído aquí y gracias a los cuales tenemos templos como este o tenemos pequeñas ermitas en mil sitios. Pero todos gracias a otros que se han preocupado de que estemos aquí.
Y nos llega nuestro turno. Hoy venir a traer nuestra ofrenda, venir a presentar el día que hemos pasado, con el agradecimiento a todos los que lo han posibilitado, hoy también es un momento de responsabilidad y de ofrecimiento porque al presentarlo Dios lo acoge, lo hace pan y vino, lo hace ofrenda al Señor. Pero también nos posibilita, como nos decía el Evangelio, a estar vigilantes: venir aquí es apoyar nuestros pesos, hacer nuestra ofrenda, traer nuestro día.
Pero inmediatamente el Señor, con su palabra y con la Eucaristía, se nos plantea como espejo y nos pregunta, ¿por dónde hoy hemos visto el paso de Dios?
Lo que nos pide es estar vigilantes, estar en vela ante el paso de Dios.
El paso de Dios que llegará al final de los tiempos, pero también que viene en el día a día y seguro que hoy Dios ha estado presente en nuestra vida. Seguro que hoy ha venido el «esposo». La Eucaristía y la Palabra de Dios es un momento privilegiado para traer esos momentos de encuentro con el Señor hoy.
Él siempre crea puentes y es mucho más grande que un templo. Seguro que hemos tenido otros momentos donde ha pasado el Señor. Por eso hoy nos pide estar en vela y cada Eucaristía es un ejercicio también «de vela» o lo que es lo mismo de iluminar las cosas que nos pasan para descubrir por dónde ha estado Dios.
A poco de que hagamos memoria del día podemos ver por dónde pasa Dios: por momentos muy sencillos, a través de gente muy sencilla y de encuentros muy sencillos. Incluso Dios pasa en momentos donde notamos su ausencia.
No dejéis de iluminar esa presencia de Dios en las vidas. No dejemos de estar en vela y por eso venimos hoy aquí a la Eucaristía.
Hermanos, seamos agradecidos por todos los que nos han traído aquí, por todos los santos, por toda la gente que ha dado la vida por su Iglesia y en definitiva por nosotros que ha hecho posible que seamos capaces de vigilar y de descubrir lo grandioso de la fe. Seamos agradecidos también por la vocación recibida de ser parte de un templo grande como es la Iglesia y como son nuestras comunidades que tienen la vocación de invitar a otros y de ser testigos de Dios.
San Juan Pablo II fue un gran papa viajero, fue alguien que se preocupó, entre sus múltiples facetas, de salir continuamente y de tender puentes. Que la Iglesia siempre fuera un lugar de puentes y esa es la llamada que tenemos nosotros al formar parte de este gran templo.
Y, por último, estemos vigilantes por el paso gozoso de Dios. Dios siempre viene a nuestra vida y hoy os invito a que en esta eucaristía presentemos algún momento especial en el que hemos descubierto a Dios últimamente, algún paso de Dios por nuestras vidas, pidiéndole que nos dé ojos grandes y un corazón vigilante para detectar por dónde está, por dónde podemos saborearlo y por dónde continuamente está despertándonos para apoyarnos en Él y para también lanzarnos a la misión que recogemos de los grandes santos.