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Miércoles, 19 marzo 2025 14:35

Homilía del cardenal José Cobo en el Jubileo de los Seminaristas (18-03-25)

Queridos hermanos obispos Juan Antonio, José Antonio y Vicente. Queridos rectores de los seminarios, del Seminario Conciliar y del Redemptoris Mater. Queridos sacerdotes que esta tarde nos acompañáis, implicados también en la formación de nuestros sacerdotes. Queridos seminaristas y, especialmente, los que hoy acogéis un regalo especial, un paso especial en la formación. Queridas familias y comunidades, que también intervenís de una forma activa y directa en la formación, en el acompañamiento, de los que van y de los que han sido llamados al sacerdocio.

En esta solemnidad de San José, esposo de la Virgen María, en el corazón del día del seminario, los formadores y los seminaristas de Madrid venís a la catedral con todo el Pueblo de Dios a celebrar también el jubileo, en este año en el que el Papa nos ha convocado bajo el lema: la esperanza no defrauda, y que desea sea para todos un momento especial para reavivar la esperanza.

Venir aquí hoy es querer todos los que estamos aquí entrar como peregrinos en la misericordia del Señor. Entramos juntos, por su puerta, en su esperanza. Este gesto exterior pero, sobre todo, interior, hoy nos ayuda a crecer como discípulos en vuestros procesos formativos y en vuestros discernimientos vocacionales.

El Papa nos dice que la peregrinación es un elemento fundamental del jubileo. “Ponerse en camino –dice– es un gesto típico de quienes buscan el sentido de la vida.” Miles de peregrinos están llegando a Roma; mucha gente viene también a nuestra catedral, recorriendo caminos antiguos y nuevos para vivir la experiencia jubilar, esta que yo os invito a dejar que hoy suceda.

El “peregrinar” es una parábola de la vida cristiana. La Iglesia se define como peregrina, en camino al encuentro definitivo con su Cabeza en la gloria del Padre. Y en este caminar, en este ser de Iglesia universal, también la Iglesia de Madrid quiere ser peregrina; y en ella vosotros especialmente, los que os preparáis para ser pastores de este Pueblo de Dios y cuantos os acompañan en la formación.

Peregrináis buscando claves y llamadas para modelar el sentido de vuestra vida ministerial. Camináis junto con todo el Pueblo de Dios, que es quien os forma y quien os acompaña desde el principio. Peregrináis para aprender a peregrinar. Así os preparáis para caminar delante, en medio y detrás del pueblo de Dios, que se sostiene por medio de los distintos ministerios y vocaciones.

Peregrináis porque hay que aprender a peregrinar, hay que dejarse enseñar a caminar junto con otros, viviendo, rezando, compartiendo, acogiendo, dejándose ayudar. En resumen, despojándose de muchas cosas; no sólo las malas, sino las que no ayudan a la armonía y a la comunión. El peregrino, como todos nosotros que entramos hoy de forma especial en esta catedral, camina ligero de equipaje; es la actitud de los primeros que experimentaron la llamada: “dejándolo todo, le siguieron”. Pero sobre todo despojándose de sí mismo, de los prejuicios, de las ideologías, de las convicciones de grupos, para hacerse uno universal, para interiorizar como pastor a todos los demás y poder así vivir en lo concreto, en esta diócesis que es el rostro de este rebaño encomendado ahora mismo.

Peregrinamos hacia Dios, a su encuentro, pero siempre con rostros concretos, con la Iglesia y en la Iglesia, con el santo pueblo fiel de Dios que tiene su identidad y peculiaridad propias. Y solo caminando en este pueblo nos convertimos en auténticos peregrinos de esperanza.

Por eso, es necesario acompañar, dejarse acompañar en todos los momentos, pero especialmente en medio de las dificultades. Como acompañantes les animamos a la constancia y a la paciencia, que San Pablo dice que son compañeras de la esperanza, y son las que mantienen al cristiano firme en las pruebas, perseverante en la confianza en aquello que Dios nos ha prometido.

El Papa en la Bula expresa el deseo de que este jubileo sea para todos un momento de encuentro vivo y personal con el Señor Jesús, puerta de la salvación, y por eso es nuestra esperanza. Un encuentro que en el bautismo nos hace a todos partícipes y responsables de su única misión, que es la que compartimos. Una misión que implica la vida entera. Tenemos muy cercano el Congreso sobre las vocaciones que nos puso delante una pregunta: ¿para quién soy yo? ¿Para quién es tu vida?

Rezarlo hoy así. Rezarlo y presentarlo hoy así es darnos cuenta de que has recibido el don, que cada uno de vosotros habéis recibido el regalo de la llamada para que tu vida, llena de gozo e ilusión, se gaste y desgaste por el Señor, toda y solo por Él. No os la reservéis, sed valientes para esta entrega que os hará felices. El Señor te envía, y quiere que tu vida sea para entregarla en el servicio de su Pueblo santo, de sus hermanos y tus hermanos, para que les anuncies su esperanza. Y os aseguro que si la entrega es total, sin reservas, seréis felices, os realizaréis plenamente, no os faltará nunca la fuente de la esperanza que no defrauda.

Se nos ofrece, por eso, un año jubilar en el que agradecer y ahondar el haber sido elegidos y enviados como ministros y colaboradores del Señor; servidores y apóstoles. Como dice San pablo: no nos predicamos a nosotros mismos, sino a Jesucristo como Señor, y a nosotros como siervos vuestros por Jesús.

Quisiera recordaros, especialmente a los que hoy sois admitidos a las órdenes, que os preparáis precisamente para ser servidores del Pueblo de Dios, que esta es vuestra identidad y el sentido de la vocación al ministerio.  Este encuentro vivo y personal con Jesucristo que el Papa desea que sea fruto de este año jubilar, debería significar para todos vosotros un revestirse de este oficio de servidor –como dice el Papa–. No os olvidéis que “revestirse” de Cristo es revestirse de “servidor”.

Por eso hay que aprender el “oficio,” que no es una profesión; un oficio que no se aprende en los libros, ni en internet, ni en la inteligencia artificial, Este oficio se aprende en el silencio de la escucha de la Palabra de Dios, en la contemplación orante de la vida y las actitudes de Jesús, en el ejercicio cotidiano del servicio sencillo a los otros. Así seréis “revestidos” del oficio de Cristo siervo,

Servidores, y a eso nos abrimos, a ser servidores de todos, sin distinciones ni selectividad. Creando comunión, como Jesús que salió al encuentro de cada persona allí donde estaba su historia y su libertad; que no despide a nadie, sino que se detiene con todos para escuchar y a establecer un diálogo mirándose a los ojos, con una relación con hombres o mujeres, judíos o paganos, doctores de la ley o publicanos, justos o pecadores, mendigos, ciegos, leprosos, paralíticos o endemoniados.

La Iglesia os pide un servicio material y afectivamente, un ministerio y un servicio que entregamos con gratuidad. No hay mejor paga que la alegría de evangelizar, entregando gratuitamente la vida como el pastor que da la vida por sus ovejas; no como el asalariado, el profesional, que ni las conoce, ni se arriesga por ellas, ni está disponible para responder a sorpresas o llamadas intempestivas. Esta es nuestra peregrinación.

En esta peregrinación hoy, cómo no, nos dejamos iluminar por San José. En esta fiesta de San José no puede faltar la luz de este hombre justo, de quien tanto podemos aprender en nuestro ministerio y a quien siempre debemos acudir como intercesor. Él es quien nos acompaña siempre y nos muestra cómo caminar en la sencillez y en la bondad, en el silencio y en la fidelidad en todo momento.

San José hoy se presenta ante vosotros como aquel que no tiene certezas absolutas, pero tuvo fe y amor. No entendió todo de inmediato, pero se dejó guiar. No tuvo protagonismo, pero fue esencial. ¿No es también el camino de todo seminarista, de todo aquel que acepta la llamada del Señor?  Cuando entráis en el seminario no tenéis un guion detallado de lo que Dios hará con vuestra vida; no tenéis asegurado el éxito ni la facilidad en el camino, pero, al igual que San José, contad con la certeza de que Dios camina con vosotros.

El papa Francisco dice que San José no es un hombre pasivo, es un hombre valiente, capaz de soñar y de asumir responsabilidades. Esa valentía, esa capacidad de asumir la vocación, son las que hoy quisiera que celebráramos en quienes queréis ser pastores y dar la vida por los demás. Por eso San José os acompaña, nos acompaña. Una vida vivida en la sorpresa y en el asombro al ver que Dios le va revelando los pasos a dar y lo hace en sueños; sueños que José acoge siempre con sencillez y por amor a María en una fe obediente.

En la Biblia, en el antiguo y en el nuevo testamento, Dios habla en sueños, como a José y a los Magos. Hoy, en este día especial de peregrinación y de celebración, podemos pensar en nuestros sueños y en los sueños de Dios. Podemos esperar también –cada uno de los que hoy aquí venimos– que Dios nos habla en los sueños. Los deseos, la esperanza, son los ingredientes de los sueños; y es el Espíritu quien inspira los anhelos, ilusiones y metas en nuestros procesos vocacionales y ministeriales.

Sí, estoy convencido de que Dios continúa hablando en sueños. Por eso no tengáis miedo a soñar, no frustréis los sueños que tiene Dios sobre cada uno de vosotros; no mis sueños sino los sueños de Dios. No ocultéis los sueños de Dios, esos que siguen inspirando vuestras vidas. Que os impulsen a servir al pueblo de Dios, sin cansancios egocéntricos, sin agotar las fuerzas por el activismo, ni oscurecer los caminos que peregrinan hacia los más pobres.

Hoy celebremos peregrinando. Pidamos a San José que todos en la Iglesia sigamos soñando. Que Dios siga hablándonos en esos sueños del Espíritu para rejuvenecer siempre a la Iglesia, como hoy hacéis. Que sepamos, como él, acoger a cualquier hora las sorpresas de Dios. Que aprendamos a discernir el lenguaje de los sueños del Espíritu.