Print this page
Martes, 07 enero 2025 10:43

Homilía del cardenal José Cobo en la Epifanía del Señor (06-01-25)

La luz de este día orienta todo el año y nos da las pistas del significado de la felicidad, esa que los niños tienen hoy y esa que me imagino que también vosotros algo os habrán echado los reyes. Gracias a los que hacéis posible esta fiesta, a los que habéis llegado a esta catedral con las dificultades del día y venimos a adorar. Esa es nuestra intención. Gracias obispo Jesús, Vicente, a los vicarios, a los canónigos y a todos los sacerdotes que estáis aquí, a los diáconos, seminaristas y monaguillos que os apuntáis a esta fiesta. Gracias a todos vosotros.

«Se postrarán Señor ante ti todos los pueblos de la Tierra», esta es la aclamación que hemos repetido y que realmente nos explica el sentido de esta fiesta de hoy. Es un deseo, una oración que nos hace mirar al futuro, especialmente en este año que estamos estrenando. Un deseo que se inserta en la profecía que se realizará al final de los tiempos cuando el Señor recoja y abraza el final de la historia. Pero para que tengamos signos de que eso va a suceder y signos de esperanza, esa profecía la vemos germinar en ese momento que hemos escuchado en la Palabra de Dios donde los magos llegaron a Belén trayendo sus dones. Fue el inicio de la manifestación de Cristo: eso significa la Epifanía. La manifestación de Cristo a todos los pueblos y gentes de la tierra, a todos, sin excepción.

La estrella les ha conducido hasta allí, ante un niño, y ellos en sus ojos pequeños e inocentes, en su humanidad, llegaron a captar la luz del creador del universo a cuya búsqueda habían dedicado su vida y allí comienza también nuestro camino. El camino de un Dios que quiere ser humano y adorado en la humanidad.

Poder adorar juntos a Dios es el sueño que tiene el Padre sobre nosotros, una profecía en la que Dios se implica, por medio de Jesús, y que va realizando poco a poco en el tiempo, a medida que el anuncio del Evangelio se extiende en los corazones de los hombres y las mujeres y va hundiendo en todas las regiones de la tierra, este sueño de Dios va creciendo.

Me pregunto si no seremos capaces de encontrar signos y corazones que nos dicen que aquella promesa se va realizando ya. Nuestro mundo lo necesita especialmente ahora, necesita gente que sepa mirar estrellas, sepa mirar al cielo y descubrir dónde están los signos por los que la promesa de Dios va haciendo. Estamos llenos de profetas que nos dicen por dónde no está, necesitamos gente que, mirando a las estrellas, amablemente, nos diga dónde va creciendo Dios y dónde va naciendo. ¿No vemos a nuestro alrededor, entre la diversidad de culturas y formas de vivir, personas que también son como los magos de Oriente, en búsqueda hacia Belén?

«Se postrarán ante ti Señor todos los pueblos de la Tierra». Sí, el Señor es accesible, no como los poderes humanos. Es accesible y se deja encontrar. Él no pone propiedades privadas, solo pide adoración. Venir hoy, tras las huellas de los Magos de Oriente, nos pone delante la experiencia de adoración como la mejor manera de ponerse ante Jesús. Contemplar a Jesús es ponerse ante Él. No solamente mirar a los Magos, sino a quién adoran a los Magos.

Adorarlo a Él en la Eucaristía, en la vida sacramental, en la oración, en tantos lugares de la humanidad que nos apuntan a su presencia y a su paso, eso es nuestro objetivo. Estamos llamados a contemplarlo, no simplemente a mirar, sino entrar en el misterio de la contemplación.

No paséis la Navidad sin contemplar desde el corazón el Misterio de Cristo y atrevernos a adorarlo. Adorar es dejar que Dios nos asombre y no solo a cada uno, sino juntos, como hizo con los Magos, y dejar que nos dé pupilas de fe para mirar, desde lo que hemos adorado, el mundo en el que vivimos. Quien encuentra a Dios en el rostro humano de Jesús entiende esto muy bien.

También los Magos de Oriente nos enseñan no solo a adorar, sino a ponernos en marcha, algo necesario, y a aprender a seguir juntos la estrella que Dios pone en nuestro camino. Hoy podemos ver si estamos dispuestos, cada uno de los que hemos venido aquí, a andar caminos que lleguen a dónde Dios nos conduzca o si todavía estamos siguiendo en nuestra fe y en nuestra vida los caminos que nosotros mismos nos hemos marcado en la vida. ¿A dónde van nuestros caminos? ¿A dónde van nuestros caminos, en este año Jubilar, donde se nos invita a ser juntos peregrinos de esperanza? ¿Cuál es nuestro horizonte?

Los Magos no respondieron a esta pregunta solos, no lo hizo cada uno en su casa. El camino de búsqueda a Dios y de respuestas les hace encontrarse, dialogar, ponerse de acuerdo, mirarse a los ojos, animarse unos a otros y compartir búsquedas. Hoy es un día precioso para poner juntos esta misión que tenemos: la misión de toda la Iglesia. Hoy es un día para dar gracias porque estamos en caminos.

En este Año Jubilar la Iglesia quiere aprender a desempeñar, entre luces y sombras, la misión de ser estrella: esa es nuestra misión. Esa que orientó los pasos de los magos. La Iglesia no vive para sí misma, sino para Cristo. Debemos juntos aprender a ser la estrella que sirva como punto de referencia para que, quien busque, encuentre el camino que conduce a Belén, a cada Belén de nuestra diócesis.

Los padres de la Iglesia hablaban de ella como el ‘Misterio de la Luna’ para subrayar que ella, como luna, no brilla con luz propia, sino que refleja la luz de Cristo que es el sol. Si recordamos justamente el Concilio Vaticano II decía que Cristo es la luz de los pueblos. Iluminar a todos los hombres con la luz de Cristo que resplandece sobre el rostro de la Iglesia es nuestra misión. Juntos reflejar a Cristo para que todo aquel que lo busque lo encuentre. Esa es la misión que nos da nuestro bautismo que compartimos y es Jesús que nace en el suelo a quien todos podemos entender quien nos cita a todos para hacer juntos aquel camino que iniciaron los Magos.

«Se postrarán ante ti Señor todos los pueblos de la tierra», todos, sin distinción. Es la universalidad que Dios quiere en medio de la diversidad. Es la diversidad donde vivimos y vemos el rostro de Dios. Es la diversidad y la universalidad de este camino en este Año Jubilar. Es el camino que tú has realizado en muchos momentos de la vida y es el camino que hoy hacemos juntos.

Son caminos que hacemos en la vida donde no llevamos oro, incienso y mirra, sino el corazón lleno de esperanza con muchas búsquedas, con nuestras pobrezas y nuestra necesidad de misericordia.

Cuando nos ponemos en marcha, no por los caminos que calculamos, sino por los caminos que comunitariamente emprendemos, en la docilidad de nuestro bautismo, son los caminos que nos llevan a Dios. Ahora es el momento de mirar hacia adelante, como hacíamos después del Evangelio. Cuando uno se encuentra a Cristo es necesario saber detenerse y vivir profundamente la alegría de estar con Él. El discípulo, el bautizado, nace y crece continuamente a partir de la contemplación de la gloria de Dios. Pero el discípulo, cuando contempla, se pone en marcha para reemprender un nuevo tramo del camino. Este año caminaremos por otro camino y juntos tenemos que ir más allá.

«Se postrarán ante ti Señor todos los pueblos de la Tierra»: hoy se realiza aquí esa profecía. Los magos se regalan a Dios porque han entendido que, al ser envueltos en la luz de Dios, ellos son el regalo. Hacen hablar hoy al Evangelio para recordarnos entonces que cada uno de nosotros somos un regalo de Dios para los demás y para esta Iglesia que quiere ser luz. Solo tenemos que atrevernos a abrir, en esta Eucaristía, nuestros cofres. Este es el momento.

Dios quiere seguir manifestándose a la humanidad: hemos visto la estrella y venimos a adorarlo. Hoy Jesús te abraza a ti y nos abraza a todos, vengamos de donde vengamos, estemos como estemos. Ahora solo nos queda volver por otro camino y así la Navidad tendrá sentido para hacer que «todos los pueblos se postren ante ti Señor» y se postren por medio de la luz que contemplan el rostro de la Iglesia.