La fiesta de Santo Tomás evoca una de sus más genuinas aportaciones a la vida teologal de todo cristiano. Dejamos de lado la impresionante faceta intelectual de nuestro santo y su saber filosófico y teológico. Ahora no destacamos su empeño en poner en valor el diálogo entre la fe y la razón, entre el mundo de los clásicos, incluso de los paganos, y los desafíos religiosos del momento que le tocó vivir. En esta celebración, al hilo de las lecturas que hemos proclamado, quiero destacar otro aspecto: la preocupación «existencial» de Tomás de Aquino por «la verdad de la vida». Sí; esa es la verdad más importante. La verdad que proviene de Dios en quien todo conocimiento encuentra su fundamento. Una verdad que consiste simplemente en caminar por ella ajustándose a la ley de Dios y llevar una vida recta conforme a la razón y a la voluntad del Señor. Casi nada. En lenguaje bíblico, menos filosófico y más sapiencial, se llamaría más sencillamente «caminar en la verdad».
Eso buscó apasionadamente toda su vida Santo Tomás. Lo llevó a cabo siendo fiel a su vocación y luchando por mantenerse firme en ella, incluso contra la oposición explicita de su familia. Algunos de vosotros habéis experimentado, o estáis experimentando, esta tensión con ese territorio sagrado que es siempre nuestra familia. No siempre la familia acompaña la propia vocación. Pero nuestro santo experimentó que Dios no abandona nunca a quien se mantiene fiel a la vocación recibida.
Hoy, con Santo Tomás de Aquino, pedimos a Dios luz para descubrir la verdad de la vida, la de nuestra propia vida, y la capacidad para caminar sin salirnos de su santo sendero.
1.- «¿Quién eres? ¿Dónde quieres ir? ¿Qué quieres hacer con tu vida?» Son las preguntas que Santo Tomás manejó desde su infancia en el monasterio de Montecasino. Pero estas preguntas solo se pueden procesar en un ambiente de silencio y contemplación. Es el ambiente donde sonaron las preguntas fundamentales desde su infancia. Si no hay silencio, si no nos ponemos delante de Dios con honradez, no escucharemos ni encontraremos la verdad de la vida.
Le ayudó el diálogo con los maestros antiguos: «Somos como enanos montados sobre los hombros de nuestros antepasados». Pero sobre todo le ayudó el diálogo con Dios abriendo el corazón a las preguntas fundamentales: ¿Quién es tu Dios? ¿Dónde está tu Dios? ¿Qué quiere Dios de ti?... y también ¿dónde está tu hermano?
Él nos abre a la experiencia tan necesaria de nuestro tiempo de hacernos preguntas. Quizá hoy, incluso en nuestra forma de evangelizar, hemos olvidado plantear la necesidad de presentar estas preguntas y propiciar que surjan en el alma de cada persona que busca. Pero además, cuando nos atrevemos a hacerlas, Tomás nos plantea el desajuste existencial de muchas personas. Desajuste que se origina en ese divorcio entre la pregunta sobre el ser humano y la pregunta sobre Dios.
2.- La razón y la fe son caminos complementarios para buscar la verdad. No debemos conformarnos con una visión reduccionista del ser humano que ignore sus inquietudes más profundas. Tomás luchó por la vocación que descubrió, incluso contra la oposición familiar que le quería abad de Montecasino. Sin embargo, su vocación era la de fraile mendicante en la Orden de Predicadores. La fidelidad a esta vocación era fundamental para la verdad de su vida.
Para afianzarse en su vocación, en la verdad de la vida, recorrió muchos lugares (Italia, París, Colonia…), visitó instituciones (universidades, la curia papal…), se adentró en diferentes corrientes culturales (Platón, Aristóteles, la Patrística, distintas escuelas de teología…) y, sobre todo, la Sagrada Escritura. Siempre con un único propósito: descubrir la verdad de la propia vida para ayudar a los demás a encontrar la verdad de su propia vida.
En la Primera Lectura, el autor de la Carta a los Hebreos va desarrollando casi un tratado dirigido a cristianos convertidos del judaísmo para presentarles la verdad y la novedad de la vida cristiana cuando como Tomás, se busca de corazón.
Como sabemos, los destinatarios eran cristianos procedentes del judaísmo hacia el que algunos mantenían cierta nostalgia y prácticas poco disimuladas. Por eso, quiere presentar la vida cristiana como una peregrinación hacia la patria celeste bajo la guía de Cristo. Se nos Invita a seguir a Cristo, que se ofrece a sí mismo como sacrificio. Para eso nos propone mantenerse fieles a Él sin las añoranzas de la vieja religión. Por eso hace un paseo por los ancestros gloriosos de la historia de Israel, pero insistiendo - esto es lo importante- en que sus gestas son inexplicables sin la FE. Ese es de nuevo el mensaje: la confianza en Dios que da la fe ayuda a vivir la verdad de la vida y a centrarse en lo esencial. Incluso en medio de las dificultades.
Así, la verdad de la vida que mana de la fe tiene que ver con un tema que nos es muy querido este año jubilar: somos peregrinos de esperanza y de una esperanza que no defrauda. Dios no deja sin recompensa el testimonio y la confianza puesta en él. Y, ojo, su testimonio es harto más valioso porque la promesa no llegó en ninguno de ellos a su complimiento efectivo y total. No lo olvidemos: no murieron coronados de éxito, sino por la confianza en Dios.
3.- Tomás de Aquino venía clara su vocación y su misión. En uno de sus escritos lo dijo con toda claridad: «He tomado la decisión de dedicarme solo a exponer la verdad de la fe católica, de modo que no solo mis palabras, sino mis acciones hablen de Dios» (Suma Contra los Gentiles, 1, 2).
Esa es la clave: que no solo las palabras, sino también las acciones, hablen de Dios. San Pablo VI repetía que el mundo necesitaba más testigos que maestros. En Jesús se da la síntesis más perfecta del testimonio y del magisterio. La elocuencia de los signos y la claridad autorizada de sus Palabras. Lo comprobamos en el relato del evangelista Marcos y en la presentación que nos va haciendo de Jesús como Mesías. Lo vemos cruzando varias veces, de orilla a orilla, el mar de Galilea curando y liberando.
Ni la suma de todos los males puede con la salvación que nos anuncia Jesús.
Jesús se atreve a responder a las preguntas fundamentales del ser humano. Responde con su vida.
El personaje doliente es el arquetipo de todos males: está endemoniado por una legión de espíritus, vive entre los muertos, anda encadenado, convulsiona, se autolesiona y además, para colmo, es un pagano. Pero nada puede con la fuerza irresistible de quien no solo enseña «la verdad de la vida», sino que Él mismo se presenta como «yo soy el camino y la verdad y la vida» (Jn 14,6).
El relato, tan provocador como didáctico, sirvió a las primeras comunidades cristianas para poner de relieve el poder salvífico del kerigma de Jesús.
La conclusión del suceso termina con el suicidio masivo de la piara de cerdos, animal impuro por excelencia y que predice la suerte del mal y la impureza ante la misericordia de Cristo. Aspecto que no siempre es comprendido, incluso genera miedos entre los vecinos… como hoy.
Así le envía a casa, como a nosotros haciéndonos los liberados testigos y misioneros de la verdad de su vida: «Anúnciales lo que el Señor ha hecho contigo y cómo ha tenido misericordia de ti».
4.- Queridos amigos, que el ejemplo de Tomás de Aquino nos ayude a poner todo el empeño en estudiar y al mismo tiempo todas las energías en que nuestro estudio no sea un ejercicio de erudición, sino el mejor modo de aprender a “contar santamente a Dios” con nuestra propia vida, con la verdad de nuestra existencia. Que Tomás nos ayude a acompañar a quienes se hacen preguntas. Acompañar vitalmente a la búsqueda del sentido de la vida, sin recetas ni respuestas simplistas a cuestiones profundas. Acompañar para descubrir la libertad y la misericordia de Dios. Como dice el lema de nuestra Universidad: que seamos «transmisores del Verbo de la verdad» con la verdad de nuestra propia vida.