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Jueves, 02 enero 2025 11:32

Homilía del cardenal José Cobo en la Misa de Año Nuevo (01-01-25)

Feliz año, feliz tiempo de Dios a todos los que nos hemos reunido aquí. Queridos obispos Jesús, José Antonio, queridos hermanos sacerdotes, queridos seminaristas, queridos monaguillos, que también muchos os estrenáis hoy, queridos diáconos y todos los que habéis acudido y y posibilitáis esta celebración y todos también los que lo hacéis en forma de peregrinación a este templo jubilar.

Hoy nos encontramos al inicio de un nuevo año, un tiempo que siempre es un regalo de Dios. El tiempo es uno de los bienes más valiosos que poseemos, pero también es uno de los más frágiles. Lo sentimos siempre limitado, siempre marcado por la incertidumbre y la sorpresa, porque no lo controlamos, no somos dueños de él. Pero sí, Dios sí, Dios es el Señor del tiempo. A menudo, cuando nos preguntan decimos que «vamos tirando» y a menudo nos acostumbramos a ir tirando o a pensar que Dios no transforma nada, que todo va a seguir igual o a lanzar buenos deseos como estos días en los WhatsApp. Estos deseos que luego se borran o que solo tienen valor en la memoria de nuestros móviles.

Este año podremos ahondar y tenemos la oportunidad de profundizar en algo que necesitamos prioritariamente: vivir con hondura la esperanza que Dios trae y poner a Dios en el lugar que merece nuestra vida. Por esto día, este comienzo de año es una oportunidad para acoger el tiempo, un tiempo como un regalo de gracia, un año además que al ser jubilar celebraremos profundamente la encarnación de nuestro Señor Jesucristo y el misterio así de nuestra redención.

En este comienzo de año escuchamos algo muy típico de Dios. Dios siempre comienza de nuevo y Dios hace todo nuevo. Por eso escuchamos una invitación clara. ¿Te atreves este año a comenzar de nuevo o seguiremos tirando? ¿Te atreves a abrir las puertas de tu corazón de una forma más plena la misericordia de Dios y dejar que las áreas de tu vida aún sin convertirse se encuentren con Dios y sean transformadas por Él?

Dios siempre espera y crea el tiempo, este tiempo como un cauce para poder convertirnos y acercarnos más a Él. Por eso comienza este año con una bendición, un regalo de Dios. Solo nos pide que acojamos su bendición con el corazón. En Él nada está definitivamente perdido. En Él todo es comienzo y es renovación. Su perdón y su gracia siempre son más fuertes que nuestros errores y nuestros pecados. Con Dios todo puede comenzar de nuevo y este año es el momento.

Eso es lo que expresamos en este Año Jubilar. Una posibilidad más para entrar en la misericordia de Dios. Hoy, por tanto, al comenzar el año puede nacer Jesús más plenamente en nuestra vida y cambiarla para siempre, ofreciéndonos su perdón, su paz y su alegría. Hoy podemos ser más solidarios y fraternos todo porque el hoy, porque la salvación, tiene un hoy.

Pero para que esto sea posible necesitamos, como os decía, acoger de corazón la bendición que Dios nos da. Pero, ¿cómo hacerlo? María nos da la clave. Por eso, en el inicio del año, la Iglesia nos pone delante el misterio de María, modelo para acoger la bendición de Dios y guía para este año.

Celebramos hoy la solemnidad de Santa María, Madre de Dios, el primer día del año, para que desde el comienzo aprendamos a acoger este tiempo como Ella, con sentido de esperanza. Ella es nuestro modelo perfecto de esperanza y de apertura al plan de Dios. Su sí al Señor fue el comienzo de nuestra redención y su vida nos invita y nos espolvorea para abrir el corazón a la confianza, incluso en momentos donde no se ve, donde no es evidente.

María sabe ver a Dios y su actuación, incluso en las situaciones más difíciles. Por eso, con sus ojos de madre nos ayuda hoy y se pone delante de nosotros para que acojamos la bendición de Dios en nuestra vida. Ella contempla de una forma singular el rostro de Dios. Inmediatamente lo acoge en el corazón, lo guarda y lo contempla en el silencio. Son dos movimientos fundamentales para nosotros. Poder contemplar el rostro de Dios y meditarlo y guardarlo en el corazón. No significa entenderlo todo, significa conservarlo y profundizarlo en el corazón.

A veces el ritmo de vida que llevamos nos hace que no caigamos en la cuenta de las bendiciones y de los lugares del rostro de Dios, porque ya nos hemos acostumbrado a ello. Pero María nos enseña a darnos cuenta por dónde está el rostro de Dios y nos enseña a nombrarlo, a abrazarlo y agradecerlo. A veces el rostro de Dios pasa desapercibido o creemos que es un derecho encontrarnos con él. María nos invita hoy a bendecir por la fe recibida y por las oportunidades, las sencillas oportunidades que Dios nos da por ser capaces de ver los signos del rostro de Dios que siempre está en nuestra vida y nos bendice, aunque a veces esté velado como Ella lo vio al pie de la cruz o en la oscuridad del pesebre.

Hoy os invito a dar la mano a María para que nos invite y nos enseñe a acoger el rostro de Dios, a nombrar y abrazar lo concreto de la bendición de Dios en nuestras vidas, a nombrar las oportunidades que Dios nos da. Solo necesitamos conservarlo en el corazón, meditarlo en el corazón. No dejéis que pase el primer día del año sin sacar un rato para agradecer a Dios sus bendiciones, para hacer silencio y para dejar que María nos dé la mano y nos ayude a nombrarlo.

Por eso hoy todos tenemos tres nombres, tres palabras para acoger esta bendición de Dios al estilo de María, que son las que os dejo para meditar en el corazón. La primera es el nombre de Jesús. Sí, hoy al inicio del año, acogiendo la bendición de Dios al estilo de María, se nos presenta el nombre de Jesús. Es el mejor regalo de Dios porque significa «Dios salva». Ese es el nombre de este año. Esa es la intención que Dios tiene. Quiere salvar y cuenta con nosotros.

La segunda palabra, el segundo rasgo del día de hoy, es el de la paz. Empezar el año con este tono de la paz. La paz que Dios concede no es solo un don para recibir, sino es una tarea que también a principio del año, a los que acogemos la bendición de Dios, se nos pone por delante. En un mundo lleno de violencia y divisiones necesitamos sembrar la paz en nosotros mismos, en nuestras familias y comunidades y en nuestra sociedad.

En el mensaje de la Jornada Mundial de la Paz, el Papa Francisco lo titula este año Perdónanos nuestras deudas, concédenos la paz. El mensaje nos plantea, bajo el signo de la paz que entre las injusticias y males que aterrorizan al mundo es tener presente la salvación de Cristo, cuya alegría está representada precisamente por este grito jubilar que va más allá de los siglos y que cogeremos si entramos en la dinámica de la auténtica conversión.

El Papa, como pide para el jubileo, llama, tras la misericordia con la que Dios perdona constantemente nuestros pecados y nuestras deudas, a una amnistía de la deuda internacional y al reconocimiento de la deuda ecológica, en concreto a destinar un porcentaje del dinero utilizado en armamento para crear un fondo que ayude a combatir la pobreza y eliminar también las condenas de muerte. Acojamos, queridos hermanos, estas líneas que nos ponen en marcha y apoyemos y respaldemos a quienes trabajan así por la paz. Necesitamos más que nunca no acostumbrarnos a la guerra. Necesitamos no permanecer indiferentes ante el sufrimiento y la injusticia. Y este año, la paz nos da una nueva oportunidad.

Y si os decía que el nombre es Jesús, es paz, el tercero sería la misión. Sí, este año es una invitación para que tú y para que la Iglesia juntos seamos capaces de transmitir la bendición de Dios. Para que los que nos vean, nos vean como transmisores de esa misión que Dios nos da, transmitir su bendición a nuestro mundo. Esa es la misión que compartimos y esa es la que Dios pone ahí por delante. Transmite la bendición de Dios. ¿Viviremos este año solo pensando en nosotros mismos o seremos capaces de pensar también en los demás?

Yo os invito a que comencemos bendiciendo, que hoy bendigamos a alguien, bien porque nos lo encontremos en la familia, bien porque le llamemos por teléfono, bien porque lo tengamos presente en la oración; ser transmisores de la bendición de Dios con alguien que a lo mejor no nos llevemos especialmente bien, porque así aprenderemos cómo es Dios con nosotros. Bendecir a alguien, ser transmisores de esa bendición y tenerlo en cuento como un entrenamiento para este año nuevo, donde se nos pide ser transmisores de la bendición de Dios. Bendecid, bendecid.

Queridos hermanos, tenemos un año por delante. Pongamos nuestra vida bajo la protección de María, que nos enseñe a ser peregrinos de esperanza, portadores de bendición a este mundo herido y constructores de un mundo lleno de reconciliación. Le pedimos a María que interceda por nosotros para aprender a mirar a Dios y guardarlo en el corazón. Que la alegría de este año sea grande y que podamos participar de la salvación de Cristo, de Jesús, que seamos constructores de paz y que juntos participemos en la misión, la misión única que Dios da a su Iglesia.