Cuando se acerca el final del ciclo litúrgico, celebramos ya desde 2015 la Jornada Mundial de los Pobres. Y en medio de ella, Jesús hoy nos hace un anuncio: el mundo que arrincona a Dios; el mundo en el que la gente solo se relaciona por interés o por tener o desde la violencia y el odio; el mundo en el que no nos escuchamos porque creemos que uno es de otra forma de pensar o porque se es de tal o cual partido; un mundo donde intrigamos para que mis intereses salgan adelante cueste lo que cueste, ese mundo no tiene futuro.
El misterio de Dios prevalece a la luna, al sol, a los astros y a todo lo que teóricamente nos parece seguro. Y venimos de una experiencia también, la experiencia de la DANA y de los fenómenos naturales que antes que nada nos dicen lo pequeños que somos y también lo vulnerable que es el ser humano, pensemos lo que pensemos.
Dios no va a destruir todo aquello que Él ha creado. Dios no va a destruir aquello donde Él habita. Pero sí que nos dice el Evangelio que arrasará todos los mundos de violencia y aquellos lugares donde ha sido expulsado. Hoy Dios aparece dando la razón a quien se ha apoyado en Él y a quien ha aprendido a verle e intuirle en medio de la vida. Esa es la sabiduría del que mira la higuera y aprende que en los brotes está ya iniciando el fruto.
Hay por lo tanto hoy una buena noticia: Dios interviene. Sí. Interviene en la historia. Interviene salvando y apareciendo cuando todo se tambalea. ¿No es el deseo que tenemos todos los que estamos aquí y el deseo de todo cristiano, que Dios habite y que sea definitivo? Los mundos de la destrucción, del odio de unos a otros, este mundo de los enemigos de Dios y de los enemigos de los más pequeños, este mundo se vendrá abajo. ¿Eso os da miedo? Quien tiene miedo es quien construye un mundo donde no está Dios, o donde Dios es un adorno o una idea y una excusa. A ese sí le puede dar miedo este Evangelio.
Aquel que ha construido sobre Dios y que desea que Dios despunte, esto es una buena noticia. Al final, nos dice el Evangelio de hoy, al final Dios tiene la razón. Es un día que no sabemos ni el día ni la hora, pero sí sabemos algunas cosas si aprendemos a leerlo con la sabiduría de aquel que, como Jesús nos dice, aprende a ver los brotes. Sabemos que ese día, y ya está brotando, es el día de la justicia. Muchos a lo largo de la historia nos han prometido caminos de justicia, pero solo Jesús se ha atrevido a prometer una justicia para todos los que han sido injustamente tratados a lo largo de la historia. Y Jesús tendrá la razón.
También sabemos que ese día será el día de la verdad, pues como hemos escuchado en la carta a los hebreos, ante Cristo Resucitado a la derecha del Padre quedarán al descubierto todos los engaños del enemigo, así como cuál es la verdadera riqueza escondida en los pobres y cuál es la verdadera pobreza que esconden los que han engañado el plan de Dios.
Hoy tenemos la posibilidad de aprender a ver los brotes, y aprender a ver el horizonte que Dios nos tiene preparado. Para ver los brotes de este día hoy tenemos una suerte especial. Los pobres nos regaláis, desde vuestra situación de necesidad y vulnerabilidad, el aprendizaje. Un aprendizaje que os ha ido enseñando que la verdadera riqueza en esta vida está en el corazón, en la gratitud por la ayuda recibida, en el gozo de poder ayudar también unos a otros. Este día, quien aprende a ser pobre, o quien la vida le ha hecho pobre, verá con más claridad la riqueza de la vida en todas las oportunidades que se hayan tenido para levantarse y reponerse. Ese día nos enseña ya a dar valor a las cosas más importantes: la amistad verdadera, la alegría de compartir lo poco o lo mucho que se tiene, y la esperanza.
Hoy queremos mirar a ese día y mirarlo es preparase a descubrir que los que aparecen como ricos, aparentemente seguros y felices, mendigan un amor que no tienen. Porque el afán por tener más no les deja ser más, y con ello no les deja valorar las cosas pequeñas que en realidad nos hacen felices, amar y ser amados. Aprender, por tanto, a mirar ese día, es prepararnos todos a darnos cuenta que somos pobres y que nuestra única riqueza, la que permanece para siempre, la que nos hace siempre dignos, es Dios mismo, dejarse amar por Él y amarlo a Él en los hermanos.
Hoy aprendemos el horizonte que el Señor nos regala, que los pobres no solo están en la Iglesia para ser atendidos y para darles cosas. Sois maestros para aprender a ver la vida desde Dios. Necesitamos de vuestra sabiduría. Estáis en el centro de la vida de la Iglesia y así nos abrís el camino para que podamos encontrar la alegría verdadera. Sin vosotros, hermanos y hermanas, no es posible entender la vida del Evangelio. Si aprendemos a mirar desde vuestros ojos, descubrimos que es posible verlo todo como un don y un regalo, porque en definitiva nos enseñáis cómo Dios es la única seguridad en la vida.
La mirada del pobre nos explica hoy que necesitamos de Dios y de los hermanos, que no somos autosuficientes ni somos islas. Gracias por explicárnoslo. Esto nos pone en el disparadero de caminar siendo amigos unos de otros, en un mundo crispado y partidista y vosotros, los más pobres, nos hacéis caer en la cuenta de lo que necesitamos el compañerismo, la amistad y la fraternidad unos de otros. Y caminar juntos es aprender de la pobreza y, desde ella, dar pasos desde lo que somos.
Sois vosotros, los más pobres, quienes en nombre de Cristo nos descubrís el camino para afrontar tantas encrucijadas que tenemos delante. Nos enseñáis a aprender de Dios, y a confiar en Dios y no en nuestras fuerzas. Nos enseñáis el valor y la identidad común que nos da la dignidad humana, que a veces se desfigura y oculta.
Por eso hoy, en esta jornada de los pobres, aprendiendo de la oración, del sentir y del apoyarse en Dios, lo que vemos es que lo que vale es Jesús. Sí, quien triunfa es su Resurrección y su presencia en todo. Solo vale Jesús y cuantos descansan en Él. Él es el regalo, el final está en Él y ese final ya empieza, y como brote lo tocamos en esta celebración. Pero ese regalo, aprendiendo de la sabiduría del que ve los brotes de la higuera, ese regalo implica también hoy una tarea. La Resurrección no es algo estático, la Resurrección es dinámica, la Resurrección crece a ritmo de fe, a ritmo de Iglesia y a ritmo de amor entregado. El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán.
Y es que las palabras del Resucitado no pasarán. No solo porque su memoria será eterna, sino porque las palabras de Jesús son palabras de vida, palabras que se hacen vida. Y esas palabras hechas vida serán sacadas del anonimato y de la oscuridad para sed puestas a la luz, porque, como también nos dice Jesús, nadie enciende una lámpara y la pone en un lugar oculto o debajo del celemín, sino sobre el candelero para que los que la vean, vean la luz.
Así somos hoy aquí al reunirnos alrededor de la oración de los pobres. Y si en las bienaventuranzas Jesús nos dijo que felices de verdad son los pobres, es decir, los que saben hacer de la pobreza el eje de su vida, los que buscan a Dios como su única riqueza, también Jesús nos dice bienaventurados los que escuchan la palabra de Dios y la cumplen. Bienaventurados por tanto los que viven el mandamiento del amor, los que confían en que lo que ha dicho el Señor se cumplirá. Nuestra única riqueza, queridos hermanos, nuestro único camino de la felicidad está en amar, en ofrecer la vida, y en ofrecernos a quien nos necesita.
Y no hay tiempo que perder porque no sabemos sin el día ni la hora en el que, como nos dice san Juan de la Cruz, seremos examinados en el amor.
No temáis al futuro. No temáis al futuro. Aprendamos de los más pobres, aprendamos de vosotros. No temamos al fututo aun cuando puede parecernos oscuro, porque el Dios de Jesucristo, que asumió la historia para abrirla a su meta trascendente, Jesús es el alfa y la omega, su principio y su fin. Él nos garantiza que en cada pequeño, pero genuino acto de amor, está todo el sentido del universo, y que quien no duda en perder la vida por Él, quien no duda en apoyarse solo en Él, y en Él pone su pobreza, encontrará a Jesucristo en plenitud.
Gracias a los que nos ayudáis a entender este Evangelio. Gracias a los que habéis venido hoy a celebrar esta Eucaristía que por tanto se convierte en un brote que germinará a ese horizonte que Jesús nos tiene preparado.