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Lunes, 11 noviembre 2024 10:27

Homilía del cardenal José Cobo en la Misa del Día de la Iglesia Diocesana (10-11-2024)

¿Qué es lo que tú, o tu comunidad, ofrecéis y ofrecemos para que la Iglesia sea Iglesia? Dios no espera recibir lo que son sobra, sino aquello que nos falta. 

Por eso hoy, en concreto la Palabra de Dios, nos pone un modelo que coincide en dos mujeres desprovistas de todo: de dinero, de honor y de defensa. Las viudas de las lecturas de hoy además de su pobreza tienen algo en común. Ninguna de ellas ha perdido la fe y ninguna de ellas ha perdido la confianza en Dios. Precisamente eso es lo único que les queda.

Cuando el mundo, lo material, nuestros intereses particulares, y cuando muchas cosas te dan la espalda, lo único que queda es Dios. Ellas lo saben y son un modelo para ir a Dios para todos nosotros. Son grandes maestras porque ellas lo que ofrecen es su pobreza. Lo que tienen es poco y en ese poco ponen su confianza en Dios, se fían de Él y se fían de que Dios tiene la última palabra, no sus cálculos o lo que ellas pensaban. Y no lo hacen teóricamente, como al apuntarse a un partido, a una ideología o a una forma de pensar. Lo hacen concretamente, cuando tienen que dar la talla que es dando la limosna o fiándose de la voz del profeta.

Allí, la confianza en Dios demuestra que lo han hecho un estilo de vida, en lo concreto, en el donativo concreto, en la generosidad concreta. Jesús es el que mira esta entrega. Es una suerte y una bendición saber que Jesús está ahí y que abraza con su mirada la entrega de esta mujer, no le dice nada más, simplemente que la ha mirado porque en esta entrega, fijaos, el hijo de Dios descubre la presencia de Dios.

En la entrega de la pobreza de una pobre mujer Jesús descubre esa entrega. ¿Sabéis por qué? Como nos decía la Segunda Lectura, Jesús es el que se entrega totalmente. Jesús entiende, y por eso es tan sensible a aquel que entrega cualquier cosa, porque él ha sido el que primero ha entrado en la vida de Dios entregándolo todo y haciéndolo todo para que la voluntad de Dios se reluzca.

Frente a los que a todos les va bien, las viudas, los empobrecidos y los heridos se presentan hoy como maestros y modelos para aprender a cómo construir la Iglesia y para aprender que solo Dios es quién nos sostiene y solo Él es el guardián del futuro. Celebramos la Iglesia Diocesana que no es nuestra obra, sino la obra de Dios. Él es el dueño de la Iglesia. Hoy reconocemos que somos Iglesia porque Jesucristo se ha roto por nosotros. Reconocemos que somos Iglesia porque él se ha roto y partido, para que nosotros seamos su único cuerpo.

Hoy celebramos teniendo como modelos a estas mujeres que somos católicos, que vivimos en comunión yque todos necesitamos construir este cuerpo roto que el mundo a veces presenta. Esto lo hacemos cada uno en nuestras comunidades. Hoy es una llamada a mirar un poquito más allá. Es un momento para tomar el pulso a nuestras comunidades y para preguntarnos cómo construimos, no solo mi comunidad, sino esta Iglesia por la que Cristo se ha roto. Hoy sabemos que somos más que nuestra experiencia.

El sentirnos Iglesia nos enriquece y hace que nuestras comunidades siempre tengan las puertas abiertas y sepan que están incompletas, necesitan de los demás. Hoy es un día para mirar a la Iglesia no solo en la aportación económica, sino también en cómo estamos vinculados interiormente a esta Iglesia que es más grande que nosotros. Cristo quiere a su Iglesia, a toda su Iglesia, y da la vida por ella y a todos nos da una misión común.Somos Iglesia, antes que parroquias, movimientos y hermandades.

Por eso celebramos hoy un milagro y es que, en un mundo de ideologías, donde la desigualdad crece y donde cada vez tenemos más fronteras, nosotros somos capaces que en cada lugar ahí está toda la Iglesia. No solo mi Iglesia, sino toda la Iglesia. En cada lugar podemos decir al mundo que la fe nos une por encima de las planificaciones, de las ideologías y de los mismos carismas que hemos recibido.

Hoy podemos decir al mundo que nuestra forma de vivir la fraternidad no es cerrada, ni en comunidades que se miran hacia adentro, sino que podemos anunciar que nos queremos vinculados los unos a los otros, católicamente, universalmente. Hoy podemos dar al mundo una buena noticia: allí donde hay un lugar de Iglesia, no estamos cerrados. Nuestra sociedad de Madrid necesita a la Iglesia como vacuna contra el individualismo y la división. Necesita nuestra diócesis, no solo aquí desde la Catedral, sino que necesita esta forma de vivir la Iglesia en cada lugar donde haya una presencia de Iglesia para anunciar a este Cristo que se ha roto para que seamos uno.

Por eso, hoy se nos pregunta cómo construimos no solo mi iglesia, sino cómo construimos esta iglesia que es diocesana, apostólica y es la de Jesús. Y por eso hoy quizás estas viudas lo primero que nos dicen es que para construir la Iglesia tendremos que salir de nosotros, escuchar al peregrino que viene y entrar en diálogo con otros. Es tiempo de mirar a la misión común que tenemos con la Iglesia. Es tiempo de ver que cada carisma que hemos recibido en cada parroquia, movimiento no es para nosotros, es para salir y ponerlo en común. Es tiempo para escuchar también lo que la Iglesia diocesana tiene que aportarnos a cada uno de nosotros. Es tiempo de dialogar, de abrir puertas y de crear redes de comunión y apoyar a todos los que en nuestra diócesis trabajan por esa comunión y quieren ser puentes entre cada una de las parroquias, movimientos, comunidades y esta común red que es la Iglesia diocesana.

Las mujeres viudas nos enseñan a ofrecer, antes que negociar. Las mujeres ofrecen, antes que nada, sabiendo que todos somos del mismo barro y que nos necesitamos y estamos interrelacionados. La Iglesia necesita nuestras pobrezas y la vida de los pobres para que nos sigan ayudando como las conferencias vicencianas hoy nos recordáis. La Iglesia necesita aprender de los pobres para que ellos nos evangelicen.

¿Qué podemos ofrecer a la Iglesia? Lo mejor que pudo ofrecer aquellas viudas: dejarnos mirar por Jesús. Lo que hacemos por la Iglesia no es para que figure en un currículum ni para que otros se enteren. Lo mejor es saber que Jesús nos mira, aunque creamos que no nos mira nadie. Que todo lo que ofrecemos por la Iglesia y por la unidad de la Iglesia, aunque parezca que nadie nos mira, como le debió parecer a aquella viuda, hoy sabemos que Jesús siempre nos mira.

Hoy os invito a implorar la mirada de Dios para responder cómo construyes la Iglesia. No tu Iglesia, sino la Iglesia de todos. Jesús te sigue esperando para que en cada comunidad esté presente la Iglesia por la que Él se ha roto y a la que Él sigue dando una misión común.

Gracias, queridos hermanos y hermanas, por vuestra entrega. Gracias, queridos hermanos y hermanas, por vuestra ofrenda, no solo por vuestras comunidades, sino por la Iglesia de Jesucristo. Dios sigue esperando recibir no aquello que nos sobra, sino nuestras pobrezas y nuestro corazón para unirlos al de su Hijo y seguir, como en esta Eucaristía, ofreciendo la vida como motor de ofrenda para construir la Iglesia.