Quizás es porque un poco tarde, pero os veo un poco serios. Es porque es tarde, por la noche o por la solemnidad de este portal de Belén que ha cambiado mucho desde el primero. Quizás esta noche es una noche en la que nos podemos permitir estar menos serios y quizás es una noche en la que nos podemos permitir que el propio Dios nos arrebate una sonrisa, hasta una broma o una carantoña como siempre hacen los niños. Cada vez que nos acercamos a un niño nos abajamos y nos volvemos nosotros un poco niños.
Esa es la virtud que tiene el niño y esa es la virtud que tiene Dios. Todo el mundo andaba con una idea de Dios: el esperado, el todopoderoso, el innombrable, el guerrero. Pero de repente, en una noche como esta, donde la gente iba a rezar, a casa, estaba de turismo, en un día concreto, Dios se define y nos dice quién es, en la periferia de la humanidad y cuando todos estaban cada uno a lo suyo.
Pero cuando Dios se define lo hace en medio de un lugar y una fragilidad que solo unos pocos saben descubrirlo. Esta noche, por lo tanto, es un recuerdo de lo esencial. En un mundo que corre deprisa, donde no llegamos y siempre vamos con la lengua fuera, en un mundo triste donde cada vez que entramos se nos pone cara de funeral, Dios nos dice de pararse: está con nosotros como un niño, sacándote sonrisas, está en lo cotidiano y en esas cosas que no nos parecen importantes.
El pesebre no es solamente una historia bonita para recordar: es un espejo donde esta noche podemos mirar todos si queremos y a eso os invito. Que seamos capaces de mirarnos en el pesebre como en un espejo. ¿Qué pesebres hay en tu vida? ¿Cuáles son tus pesebres? ¿Qué lugares te parecen vacíos, oscuros, rotos, pero donde Dios quiere nacer si le dejas? Quizás esta noche es una primera invitación a mirarnos en el pesebre como un espejo, a mirar de otra manera nuestros pesebres y los de nuestras familias y los que llevamos en el corazón en nuestra sociedad.
Nadie queda indiferente ante este Dios que llora, que se abaja y que así se define. Esta noche los pastores se definen y van a Belén, la estrella y la creación se define e indica por dónde va el Salvador, los posadores y los vecinos se definen y van a lo suyo, están lleno de cosas. Herodes y los poderes se definen y se inquietan. ¿Y nosotros? Evidentemente, a venir hoy aquí a Misa ya nos hemos definido y nos definimos delante de Dios, pero podemos dar un paso especial.
Él se define, no es un Dios fuera de la vida, mágico, que da cosas, no es un Dios evidente, pide mirar, acoger, llorar, abrazarle. Es un Dios de pañales y de lo cotidiano y es un Dios que pide un compromiso. Así, en este espejo, venimos esta noche. No se trata de una conmemoración ni un cumpleaños, por muy enternecedor que nos parezca. No se trata de una evocación de un mito que ya sucedió.
Después de 2025 años de cristianismo, en el tercer milenio de nuestra era, la Iglesia y esta noche de forma especial recuerda al mundo, firme y gozosamente, que en esta noche no venimos a proclamar algo teórico, sino que venimos a confesar nuestra fe y a renovar, delante de este espejo, nuestra y a proclamar que Cristo nació y que sigue actuando y sigue creciendo y naciendo en medio de nosotros. Si esta noche Dios se define nos dice cómo es y nos invita a escuchar su palabra, esta noche también nos definimos nosotros en un acto de fe que renueva nuestra vida y saca lo más humano de nosotros.
La liturgia de esta noche, en los mil lugares donde se celebra, renueva nuestra forma de situarnos ante Dios. No es la misma forma que ayer. Esta noche, delante de Dios, damos un salto fundamental. Esta noche despertamos el pastor que hay en cada uno de nosotros y descubrimos que Dios, seamos como seamos, tengamos las heridas que tengamos, se pone delante. No necesita tu imagen, solo quiere lo que eres, tus periferias y tus heridas, tus manos desgastadas y tantas veces vacías. Él es el que da sentido, no lo bien que nos salen las cosas. Esta noche, por tanto, tenemos una posibilidad única: renacer.
Renacer delante de Belén: un nuevo comienzo de nuestra vida y de nuestra fe. Un nuevo comienzo que hacemos con toda la Iglesia porque Dios ha descendido a dónde estemos nosotros, a lo que tengamos entre manos, Dios desciende para sacar lo mejor de nosotros y decirnos en qué consiste lo divino. No importa ni la pobreza ni la desnudez, no importa todo lo que tengamos en la cabeza, hoy Dios te pide que saques una sonrisa, una carantoña, lo mejor que tengas y que tomes postura ante un Dios que lleva y llega haciéndote belén y que llega a hacerte parte de este belén.
Este Belén, al definirnos y renovarnos, eres tú, es esta catedral, es en tantos lugares donde hoy se renueva la fe. Belén son los rincones que conocemos y por los que pasamos cada día. Belén es lo que aparentemente no tiene poder y nos parece insignificante, pero es donde hoy renovamos nuestra fe. Para eso solo necesitamos una cosa que os pido esta noche: la humildad. Sí, para entender esto y ponernos delante de Belén como un espejo, necesitamos los ojos de la humildad. Es el camino para renacer y acoger esta noche: es el camino que nos conduce a Dios y al mismo tiempo nos lleva a lo esencial de la vida, a su significado más verdadero, a lo que vale la pena ser vivido. Esta noche vemos que la humildad es la única forma para entender de qué va la vida. Sin humildad estamos aislados y nunca entenderemos a Dios. La humildad es el espejo de esta noche y nos dice que para entenderlo es necesario abajarse y así nos entenderemos a nosotros mismos. Allí tenemos a los pastores, a todos los que se mueven alrededor de Belén. Todo hombre y mujer está buscando a Dios, todos sabemos esa inquietud de buscar. Esta noche lo encontramos en la humanidad de Dios y cualquier que es capaz de ponerse delante de un niño entiende a Dios y puede sacar la sonrisa de Dios.
Esta noche, por lo tanto, queridos amigos, al ser un espejo también es un envío. No nos ponemos solos delante de Dios. Cuando nos ponemos delante de él y renovamos la fe, vemos que este es un Dios que nos envía como Iglesia. Sí, aquel que se pone delante de Belén y renueva la fe, recibe la misión que recibimos toda la Iglesia. Desde ahora, al verle a Él, somos enviados a anunciar la paz y la salvación a todo el mundo. Esta noche nos acordamos especialmente de toda la gente que está en guerra, de todos aquellos lugares que rechazan aún al Príncipe de la Paz porque la violencia es más importante que la humanidad. Esta noche nos acordamos de la Iglesia y de la parte que tú tienes en ella porque todo el que pasa por Belén acoge el envío de toda la Iglesia.
La Iglesia de Madrid, cada uno de vosotros, estemos donde estemos, quiere anunciar a Cristo a nuestros vecinos con este estilo tan especial. Queremos juntos comunicarles la gloria que ha aparecido en esta noche de Navidad. Queremos decirles que hay esperanza para el futuro, queremos hacer creer a todos, en medio de los sufrimientos, que la paz y la gloria que anunciaron los ángeles de Belén y ese amor es posible porque lo hemos visto nosotros y lo hemos renovado hoy.
Queridos amigos, que esta noche saque de nosotros una sonrisa, una carantoña, una gota de ternura, para participar con ella en esta misión que juntos tenemos: la misión de la Iglesia de anunciar que la Gloria de Dios está muy cerca, en cada portal de Belén y nace en este portal de Belén que esta noche creamos alrededor esta Eucaristía.
Gracias por formar parte de él.