Al principio fue una cometa.
Pienso en aquella escena de finales del siglo XVIII, en una calle de Madrid, donde unos niños jugaban con un lienzo roto, que encontraron por allí y lo usaron como cometa. Nadie le daba importancia. Era apenas una tela vieja, sucia y olvidada que acompañaba su juego entre los descampados de Madrid.
Pero en esos trazos gastados estaba la imagen de María, la Virgen de la Soledad. Desde el principio su mirada acompañaba los movimientos de los niños sobrevolando las esperanzas y las soledades de los vecinos. Pero una mujer atenta, Isabel Tintero, tuvo ojos para ver lo que otros no vieron. Ella miraba al cielo y allí descubrió la imagen de María guiada por el juego de los chavalillos. Por eso rescató aquel lienzo, lo limpió, lo enmarcó y lo puso en la entrada de su casa, con una sencilla lampara encendida.
Abrió su casa, vecinos se acercaron y, como ella, reconocieron en esa imagen los ojos, la presencia de la Virgen María. Lo que comenzó como curiosidad vecinal pronto se transformó en devoción popular.
Algo tenía ese lienzo que provocó que quienes pasaban ante él se identificaran con ella. Era como un espejo que recogía las esperanzas y las soledades de la gente. Por eso, como siempre hace María, convocó a muchos que la veían como la Virgen de la Soledad.
Así sucede hoy. Cuando miramos el rostro de la Virgen de la Paloma, nos unimos a esa cadena de vecinos creyentes que quieren mirar al cielo y aprenden, en lo concreto, a reconocer a María, la mujer de fe que acoge nuestras soledades y las eleva a Dios.
Hoy como ayer miramos a María. No es solo esta una fiesta de tradición en medio del calor de agosto, es la oportunidad de sabernos salvados, rescatados de la soledad y de la necesidad de encontrar el sentido de nuestras vidas.
Maria, la madre de Dios, la primera discípula de Cristo, la madre de la Iglesia, tiene la capacidad de convertirse, a quien a ella se acerca, en un espejo y en un hogar, una madre. Ella pasó por el drama de la cruz, por fiarse de Dios en un plan que apenas comprendía, pero en el que permaneció por amor. Ella, embarazada, marcha sola a casa de su prima Isabel, atravesando las montañas, para visitar a quien como ella estaba esperando un hijo.
Ante la soledad, ante las dificultades de la vida, ella cree y confía en Dios. No se queda en casa lamentándose o pensando que todo lo malo le pasa a ella. Tampoco se evade olvidando sus problemas y encerrándose en su mundo. Tampoco se conforma con lo que siempre ha hecho.
María, llena de Dios, se pone en camino; sube montañas, sale de lo de siempre con un horizonte: portando a Jesús en su vientre va hacia quien le necesita porque pasa por lo mismo que ella. Otra Isabel, su prima, le esperaba para recibir su consuelo, su cuidado y así fecundar la soledad y quitarle su aguijón. Creer en este Dios es ponerse en marcha y provocar encuentros.
Así, el encuentro entre dos mujeres embarazadas junta el cielo y la tierra, el pasado y el futuro. Surge la alegría y aprenden juntas a reconocer a Dios en sus vientres, entre los vecinos, en los pobres, en lo que pasa cada día. Reconocen que Dios no las ha abandonado, sino que su plan se desarrolla misterioso a lo largo de la Historia. Y ellas, en su pobreza, son cauce de lo que Dios hace.
Aquel encuentro fue una luz donde Dios dice cómo disipa las soledades y cómo pide ser acogido entre nosotros.
Por eso , a los que venimos a dejarnos mirar por la Virgen de la Paloma, incluso en medio de nuestras dudas y conflictos, hoy os invito a aprender a ver la vida por sus ojos: ojos formados por el Evangelio, por Dios y por el encuentro.
Repitamos los pasos de aquellos vecinos y de Isabel Tintero. En estas fiestas, os animo a celebrar lo bueno de la vida pero desde la compañía de la Virgen, que siempre nos conduce a Jesucristo. Para ello os invito a dar tres pasos en este camino:
- Primero os pido mirar al cielo.
En Madrid solemos mirar demasiado al suelo, a nuestros espacios pequeños y cómodos. ¿Cuánto hace que no miras al cielo para dejarte sorprender por Dios y aprender qué es lo importante? Necesitamos “descubridores de cometas” que vean el rostro de María y del Evangelio en la ciudad.
Vivimos en una sociedad que olvida a Dios, que lo relega a algo accesorio. Caminamos midiendo cada paso, sin levantar la cabeza. Pero necesitamos la mirada de fe de Isabel —la madrileña y la que recibió la visita de María— para reconocer la centralidad de Dios en lo privado y lo público, en lo económico y lo social. Necesitamos volver a mirar al cielo, no para escapar de la tierra, sino para llenarla de luz.
No se trata de mirar al cielo para evadirnos, sino para buscar la esperanza de Dios que acoge nuestras soledades y dolores. Madrid crece y se llena de color, pero también en una época hiperconectada aparecen soledades con múltiples formas y funciones: desde la infancia, la de los jóvenes, o hasta la vejez, pasando por situaciones de marginación emocional, culpa, rencor y expectativas incumplidas —cada persona vive la soledad de manera distinta—.
Mirar al cielo desde nuestra realidad. Este es el sentido de venir a este tempo, en el calor del verano, para aprender a acoger a Dios y dejar que María nos enseñe, acogiendo y dando sentido nuevo a nuestras soledades.
- Colocar a Dios en nuestras casas
Dejarle espacio, como hizo María con Jesús. Isabel Tintero colocó la imagen de María en la puerta de su casa con una lámpara encendida. El mundo necesita dejar espacio a Dios, no como un recuerdo escondido, sino como luz que ilumina toda la vida hasta hacerla eterna.
No podemos encerrarlo en lo privado: Dios quiere caminar con nosotros por las calles, entrar en plazas y estar presente en gestos concretos. Para hacerlo, María nos enseña a decir simplemente: “Aquí estoy”. Nos dice que Dios no es un huésped que viene de visita: es de la casa. Cuando le damos ese lugar, la vida se vuelve fecunda.
Él no nos deja como estamos: nos toma de la mano y nos hace dar pasos nuevos, aunque no veamos todo el camino.
- Salir al encuentro
Quien acoge a Dios al estilo de María sale, se pone en marcha, busca el cuidado, la misericordia y la ternura. Hoy, la Virgen de la Paloma nos invita a dar un paso interior y nuevo; nos pregunta si estamos dispuestos a ir con ella en búsqueda de Isabel.
Los vecinos que acogieron este cuadro pronto sintieron que había que dar pasos: hacer la casa más grande, hasta construir un templo. Porque quien acoge a María descubre que hay otros hijos y hermanos y que ella desea verlos unidos en la diferencia, siguiendo a su Hijo y transformando el mundo según el Evangelio.
Por eso hoy, a los pies de María, sentimos que necesitamos que la Iglesia siga teniendo las puertas abiertas a todos: en las casas de los cristianos, en los templos, en las parroquias y en las familias que acojan, que provoquen encuentros para aliviar soledades.
María, al saberse llena de Dios, se puso en camino hacia Isabel. Hoy, como Virgen de la Paloma, nos pregunta como vecinos: ¿hacia quién te acompaño para ponerte en camino? A políticos, empresarios, y responsables públicos pregunta: ¿quiénes son las “Isabeles” que esperan de vuestra ayuda para curar, acompañar y cuidar en nuestra ciudad? ¿ Cómo mantener el corazón en esta llamada?
Y a nuestra Iglesia, a todos: ¿Qué Isabeles nos están esperando para ser visitadas y ayudar a que la vida, TODA VIDA, toda soledad, sea cuidada en cada rincón de nuestra ciudad?
Hay un destino que nos espera a todos: la paz. Caminemos para pedirla en medio de un mundo que mira hacia otro lado en medio de polarizaciones y actitudes violentas. La guerra golpea a los inocentes y a los débiles; lo vemos hoy especialmente en Gaza, Sudán o Ucrania, o en más de 56 conflictos armados abiertos. Oremos por las víctimas y trabajemos, cada uno según su responsabilidad, por el fin de la violencia, la protección de los fieles, la defensa de lugares de culto y el acceso pacífico a la ayuda humanitaria. Busquemos soluciones acordes al derecho internacional y creemos entornos libres de enfrentamiento. Oremos y creemos entornos donde la paz sea un autentico valor.
La fe no es una colección de ideas, sino un movimiento: salir, encontrarse, pacificar, tocar la vida de los demás. No nos quedemos mirando al cielo embelesados ni jugando con la cometa: salgamos a acoger a Dios en quienes han encontrado sentido a su vida.
Hoy María nos da ojos nuevos para reconocer a Dios en lo pequeño y cotidiano. Cuando así lo hacemos, sucede el milagro del encuentro. Los que se dejan tocar por María aprenden a visitar y encontrarse con otros.
Miremos al cielo, demos espacio a Dios y llevémoslo a tantos que esperan el alivio de sus soledades en nuestras manos. Pidamos ser una Iglesia y una sociedad que lleven a Cristo deprisa, sin esperar que todo esté perfecto. Lo importante no es la grandeza de nuestros medios, sino la del amor que nos impulsa que nos ayuda a reconocer el rostro de Dios en cada cometa.