Es una alegría que hoy nos encontremos. Queridos hermanos y hermanas, queridos matrimonios, queridas familias, queridos amigos que os acercáis también a esta catedral este día, el día de la Santísima Trinidad. Qué alegría poder celebrar juntos este momento tan hermoso de vuestras bodas de plata y de oro. Vuestra presencia aquí en vuestra catedral no es solo una foto bonita para recordar; es, evidentemente, un acto de fe, es un acto de amor, es un acto de agradecimiento en esta fiesta de la Santísima Trinidad.
Celebramos el paso del tiempo como un lugar donde Dios actúa y donde nosotros cuidamos, acompañamos y perseveramos. Jesús nos decía: "El Espíritu de la verdad os guiará hasta la verdad plena”; esa es vuestra experiencia, es el Espíritu el que os ha guiado y ha citado hasta el día de hoy.
Además, reunirnos hoy en esta catedral es venir juntos a responder a una pregunta que nos hace la fiesta de hoy, y es: ¿quién es Dios para ti?, ¿quién es Dios para vosotros? Y, curiosamente, vosotros la respondéis uno con el otro.
Habéis venido aquí no solo para recordar aquel día de la boda, sino para dar gracias a Dios; a ese Dios que, misteriosamente, un día os llamó a uniros para siempre y desde entonces, entre luces y sombras, os ha acompañado en cada paso de vuestra vida, en esta maravillosa pero exigente aventura del matrimonio.
Hoy reconocemos, con toda la Iglesia que aquí nos reunimos, algo muy importante: el valor del tiempo que se vive en la entrega mutua. Porque 25, 50, 60 años o más no son simplemente una cifra para marcar; son historia, tiempo y paso de Dios, son promesas cumplidas, son heridas curadas, son abrazos, son silencios compartidos, son hijos, nietos, alegrías, luchas, pérdidas, reencuentros… Cuánta vida por medio.
Decimos que el tiempo es lo más valioso que tenemos porque nadie lo puede fabricar y nadie lo puede retener, pero el tiempo ha sido creado por Dios y el tiempo puede ser habitado por Dios. Y cuando el tiempo se llena de perseverancia, de amor fiel, entonces el tiempo se convierte en un tesoro; porque cuando el tiempo no se llena con amor, pasa rápido y se olvida, y solo se queda en las fotos del móvil pero no en el corazón. Aunque desaparecieran todas las fotos de vuestros móviles y de los álbumes, en vuestra historia no pasaría nada porque está en vuestro corazón y porque habéis llenado el tiempo de amor. Esa es la buena noticia: que es posible amar en el tiempo, que es posible cada día elegir al otro, incluso cuando no es fácil, incluso cuando hay dudas, cansancio, e incluso cuando hay heridas.
Pero hay algo más y todavía es lo más importante: sabemos que el matrimonio no es solo obra vuestra. No habéis llegado hasta aquí solamente con vuestras fuerzas, es verdad. Cuando os preguntan: "¿Y qué hay que hacer para llegar a 50, a 25, a 60 o más?", cada uno dice algo, pero hay algo fundamental: hay un amor que os sostiene, que os supera, que os ha renovado día tras día, y es el amor infinito de Dios, el amor del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, que desde el día que os conocisteis os ha acompañado, y desde el día del sacramento del matrimonio ha quedado sellado en vuestros corazones. Sí el amor del Padre del Hijo y del Espíritu Santo.
Esa es la fiesta que hoy celebramos. Curiosamente, esa es la fiesta que vosotros habéis traducido en vuestro matrimonio. Cuando alguien habla de la Trinidad dice que es inentendible. Sí, esta no es una fiesta para entender, para que nuestra cabeza la entienda; igual que el matrimonio no es para que se entienda en la cabeza. El matrimonio es para vivirlo.
Así es el amor de Dios: no es para que lo entendamos ni para que nos convenzan, es para vivirlo. Y cuando se vive, lo primero que aprendemos –que es la fiesta de hoy– es que nuestro Dios es comunión, que nuestro Dios es relación, que nuestro Dios es una relación de amor, un Padre que no cabe en sí y que nos quiere contar quién es a través del Hijo. Un Hijo que entrega su vida y se deja matar por nosotros para que entendamos hasta dónde llega el amor. Un Hijo que, al matarlo nosotros, el Padre lo vuelve a resucitar y nos regala a todos nosotros su Espíritu para que continuemos su obra.
Hoy es un día para ponernos todos ante este misterio del amor, ante este misterio de un Dios que se nos regala, que se desborda continuamente, como habéis experimentado en vuestro matrimonio. Un Espíritu que hace nuevas todas las cosas, que se regala en los sacramentos, especialmente desde el sacramento del bautismo, ese bautismo en el que se nos dio ese Espíritu que tenemos todos, todos los bautizados. no lo olvidéis: ese Dios trinitario, la fuerza del Dios comunión y relación lo tenemos todos.
No dejemos de buscar ese pozo en nosotros, en el matrimonio, en cada uno de los proyectos de la vida, en la vocación que cada uno tenemos. El Espíritu es el protagonista de vuestro matrimonio. El Espíritu es el protagonista de la vida de todos los que estamos aquí, porque ha hecho maravillas, seguro. Y el Espíritu, este Espíritu del Padre que entrega al Hijo y que el Hijo nos regala, es el que mueve y crea lo que hoy vivimos, la misma Iglesia. No son nuestras estrategias ni estructuras, es el Espíritu el que guía, el que fecunda y el que da vida; y es el bautismo el que nos lo recuerda.
Por eso, queridos amigos, hoy cuando sabemos cómo es Dios, cuando saboreamos cómo es Dios, este Dios comunitario y relacional, hoy os presentáis vosotros como una foto preciosa de este Dios. Vosotros sois sacramento del amor de Dios para todo el mundo. Ese es el matrimonio: la mejor foto, el mejor icono del amor de Dios, que es relación, que no es individualismo y que es entrega continua. Él es el que os ha unido, Él es el que siempre os ha perdonado, Él es el que os ha sostenido y es el que hoy enseñáis a toda la Iglesia y el que hoy celebramos.
Creer hoy así en la Trinidad con vosotros delante, es confesar que somos hechos para la comunión, que no estamos hechos para vivir solos, ni aislados, ni desconectados. Que estamos hechos a imagen de este Dios que es comunión viva, y por eso estamos llamados a formar la comunión y la Iglesia en nuestra vida, porque eso es el matrimonio cristiano. En definitiva, dejar que la Trinidad viva entre nosotros y dejar que este Dios esté en cada gesto, en cada perdón, en cada día, en cada fiesta y en cada lágrima.
Demos gracias a Dios por este amor. Sí, demos gracias a Dios por este amor, este amor de Dios que es ilimitado, que Él ha querido en Jesús compartirlo con nosotros porque es Jesús resucitado quien, habiendo prometido su presencia entre los que están unidos en su nombre, siempre ha estado con vosotros, siempre ha estado en vuestro matrimonio y siempre ha estado entre nosotros.
Por eso hoy, queridos matrimonios, nos enseñáis que formar una familia merece la pena porque es una forma de soñar con Dios. A toda la Iglesia nos invitáis desde los hijos, desde la familia, desde los que nos hemos acercado hoy a misa, nos decís: "Soñad con Dios, incorporar a Dios en vuestros proyectos". Es decir: "Señor, aquí estamos, queremos caminar contigo. Queremos construir un mundo nuevo donde todo sea hogar y donde todo sea familia”.
Hoy nos enseñáis que construir una familia es acoger a todos y también acoger a los que más lo necesitan –a los más pobres, a los que tienen más dificultades–, porque la familia siempre ha sido la escuela de acoger a los últimos y a aquel miembro que más lo necesita, y nos lo ponéis delante de la Iglesia como modelo para hacer esta Iglesia.
Queridos amigos, hoy nos decís cómo es Dios y hoy nos invitáis desde vuestra a experiencia construir la Iglesia, porque es un Dios que es comunidad y es un Dios que es trinitario.
No se puede vivir la fe en solitario, no se puede abrirse al amor de Dios y quedárselo. La fe siempre es comunitaria, sin comunidad no hay verdadera fe cristiana porque así lo ha querido Dios y así lo reflejáis vosotros en vuestro matrimonio. Por eso, hoy nos invitáis a construir humanidad y a superar todo individualismo espiritual, esa tentación que tenemos de vivir la fe a mi manera, aislada, sin Iglesia y sin hermanos.
Dios nos llama a través de vuestra experiencia de matrimonio a construir comunidad, y yo os llamo y os invito desde vuestro matrimonio a construir vuestras comunidades en la parroquia, en la familia, en el barrio. Trabajar por vuestras comunidades aportando la belleza de vuestro matrimonio y aportando lo que Dios os ha enseñado, porque es una semilla preciosa que la necesitamos.
Queridos amigos, que la Virgen María, madre de la Iglesia y madre de todas las familias, os siga acompañando. Que ella os siga diciendo, como en Caná: “Haced lo que Él os diga”. Y que cada día, como hace 24, 50, 60 años, o los que sean, volváis a decir sí al otro y a Dios, un sí sincero, maduro y confiado; un sí que no se apoya solo en los sentimientos como ahora está de moda, sino en la fidelidad de Aquel que os ha unido y os sostiene: el Dios uno y trino que es todo amor y del que vosotros sois un icono precioso.