El obispo italiano de Pinerolo, Mons. Pier Giorgio Debernardi, está en Uagadugú, Burkina Faso, y ha sido testigo indirecto de los atentados en hoteles y locales de la ciudad, frecuentados por occidentales, cuya cifra de víctimas se ha elevado ya a 28. Desde el 2002, cada año el obispo y varios voluntarios de su diócesis ayudan en zonas del norte del país. Colaboran, con el apoyo de ayuntamientos de esta zona de Italia, en proyectos agrícolas y ganaderos, pero también llevan adelante escuelas y proyectos educativos.
«Ahora estamos bien pero ayer por la tarde hubo un poco de miedo. Estamos atrapados en la ciudad y estamos a la espera, cerca de la catedral, en un lugar seguro que nos ha dejado el arzobispado. Pero no nos dejan salir y llegan voces, no confirmadas, de un ataque a otro hotel. No nos esperábamos nada parecido porque el nuevo gobierno, que colabora con las fuerzas sociales, había dado mayor estabilidad al país. Al Qaeda seguramente busca desestabilizar el país y toda la zona subsahariana. El atentado de ayer ha sido también un mensaje para Occidente».
El obispo y los voluntarios ayudan en la frontera con Mali y Níger y, como explicaba, «Burkina Faso es un país pobre pero siempre ha tenido la gran ventaja de la paz. A parte del último golpe de estado, sobre todo el norte es una zona de colaboración entre las diversas fuerzas sociales y religiosas. Hay una gran fraternidad entre musulmanes, que son la mayoría, y cristianos».
Por su parte, el presidente de la Conferencia Episcopal de Burkina, Mons. Paul Ouedraogo, explicaba a SIR, que «Malí, Níger, Nigeria, no están lejos: en estos tiempos todos estamos bajo el punto de mira y ahora se ha golpeado a Burkina Faso. Hoy hacemos memoria de las víctimas y presentamos nuestras condolencias a sus familias, pero agradecemos también las fuerzas de aquellos países, sobre todo Francia y Estados Unidos, que nos han ayudado a circunscribir el problema. El llamamiento, para todos, es a la vigilancia, porque el extremismo también se combate así, vigilando todos juntos».
Alexis Nana, responsable de la ONG de los jesuitas Magis, reconocía que la gente no sabe qué hacer. «Todos tienen miedo, porque es una situación sin precedentes. Es la primera vez que ocurre algo parecido».