Homilías

Domingo, 20 abril 2025 16:15

Homilía del cardenal Cobo en la Vigilia Pascual (19-04-2025)

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Felicidades. Feliz Pascua. Cristo vive y eso, eso cambia todo. Feliz Pascua especialmente a los que vais a recibir los sacramentos de la iniciación cristiana, a los que hoy entráis en la Iglesia de forma nueva: Guillermo, Victoria Elena, Carlo, Diana, Héctor, Jorge y Laura. Feliz Pascua, también, hermanos obispos, Juan Antonio, José Antonio, Vicente. Feliz Pascua, don Adolfo. Feliz Pascua también a todos los vicarios, sacerdotes y diáconos que nos acompañáis. Cómo no, también a los seminaristas. Feliz Pascua también a toda la comunidad de la parroquia de San José que estáis hoy aquí. A todos los consagrados y consagrados. A todos los laicos, laicas, a todas las familias y a todos los que habéis venido a esta catedral esta noche.

Una noche que es diferente, no solo porque hemos encendido un fuego, o porque hemos escuchado lecturas antiguas. Esta noche vivimos el corazón central de nuestra fe. Porque esta noche celebramos que Cristo ha resucitado, y si Él vive, siempre todo cambia y nada puede ser igual. No estamos ante un recuerdo nostálgico, como quien ojea un álbum de fotos. No celebramos algo que pasó una vez. Celebramos el hoy. Algo que sucede hoy, ahora, que tiene la capacidad y la fuerza de irrumpir en nuestras vidas como ha irrumpido la luz en medio de la oscuridad cuando hemos prendido ese cirio pascual.

Esa alegría de la Resurrección, esa fuerza que hemos recibido, no es superficial ni es una emoción pasajera. Nace del asombro profundo de ver que donde esperábamos muerte y noche profunda, hay vida. Como le pasó a María Magdalena cuando escuchó su nombre, dicho con ternura a la puerta de un sepulcro. Como les pasó a Pedro y a los discípulos cuando descubrieron, con el tiempo, que la muerte no fue el final.

Hoy, como Iglesia, no nos quedamos en la oscuridad del Viernes Santo. Queremos asomarnos al sepulcro, a tantos sepulcros que hay a nuestro alrededor, el de la soledad, el de la enfermedad, ese de la desesperanza, esos que cargamos y que provienen de cuanto pusimos a los pies de la Cruz el Viernes Santo. Esos sepulcros han de ser visitados. Allí, asomados con miedo, recibimos el mismo anuncio que transformó a los primeros: «Ha resucitado, no está aquí, no busquéis al que vive entre las cosas muertas». Cristo vive, y eso, hermanos, lo cambia todo. Y es verdad, si Él vive, hay esperanza.

Todos sabemos que hemos de morir. Lo vemos cada día, lo vivimos con dolor cuando sucede cerca de nosotros. Pero esta anoche, la Pascua nos dice que la muerte no tiene la última palabra. Dios, que nos dio la vida, nos la devuelve ahora para siempre. Y nos introduce en la vida nueva que Él da a Cristo.

Mirad, aunque el mundo se caiga, aunque haya noches largas y días sin respuesta, aunque haya tumbas, dolores, rupturas, Cristo ha vencido, porque es uno con el Padre. Esa es la gran noticia que anunció y por la que fue ejecutado, y ahora Cristo ha vencido y el plan de Dios se cumple, a pesar de quienes intentan impedirlo de muchas maneras.

Así, no habrá gota de amor, de sacrificio, de donación, que a partir de ahora caiga en el vacío. Todo lo que se ponga a los pies de esa Cruz será renovado y resucitado por Cristo. Por eso, esa tumba es el nuevo inicio. Como cuando reiniciamos algo que se traba. La Pascua es un modo de reseteo de la Historia. Ya no volvemos atrás, vamos hacia delante con esa fuerza que viene del cielo y que hace todo nuevo. Jesús no simplemente vuelve a la vida, Él inaugura la vida, esa que no termina, esa que arranca desde lo más hondo y renueva todo, renueva cada día.

Un nuevo inicio, sí. Es verdad que Dios no actúa como nosotros esperábamos. Dios no se impone, Dios no aplasta, Dios no da grandes discursos. Se deja matar violentamente y luego resucita en silencio. Así es nuestro Dios. Humilde, inesperado y sorprendente. Se rebela no con truenos, sino con ternura; no desde un trono, sino desde una tumba vacía; no desde el terremoto, sino haciendo primavera.

Por eso, una de las cosas más sorprendentes de Resucitado es la actitud que tiene con sus discípulos. No les echa la bronca, no les reprende, no pasa factura por la cobardía, por haber huido, negado o dudado. No hay reproche; solo paz, solo perdón y solo ternura. Y es que eso es la Pascua. El perdón radical que brota de la Cruz y que se despliega mostrando las heridas, no para acusar, sino para seguir sanando.

Esa es la puerta que nos abre Cristo a todos y nos coloca así ante la Vida con mayúscula, para que entremos también en esa dinámica de salvación. Porque el amor de Dios no se rinde ante la Cruz. Porque la misericordia siempre es más fuerte que el pecado. Porque en Cristo, lo que parecía pedido, se convierte en salvación. Solo necesita que dejemos que Él toque nuestras vidas y nuestro corazón esta noche, a veces, eso sí, endurecido por la frialdad de los sepulcros.

La Resurrección, por lo tanto, nos acerca a Dios y también transforma nuestra imagen de Dios. Ya no es solo el Dios templo, el Dios del cielo lejano, el Dios de las normas, el Dios que no se deja buscar. Ahora es el Dios del camino, del pan compartido, del abrazo que levanta. Es el Dios que se deja encontrar, que come pescado con sus amigos, que reconstituye la comunidad tocada por el traído y por la cobardía y el miedo. Es el Dios que no se desentiende de nosotros.

Y nosotros, esta noche, ¿qué haremos con esta forma de actuar de Dios? No podemos celebrar la Pascua y seguir igual. Algo debería haberse movido en nosotros esta noche. Seguro que lo ha hecho. Aunque sea una chispa, aunque sea una semilla, aunque sea simplemente un deseo. Si hemos sentido, aunque sea por un instante, de consuelo, la cercanía de Dios; si hemos intuido que no estamos solos; si hemos creído que el amor de Dios nos alcanza, entonces, seguro, la Pascua ha pasado por aquí. Entonces Cristo también vive en nosotros.

Hemos encendido todos una vela, y también dentro. ¿Cómo podemos seguir teniendo esa vela encendida? ¿Cómo renovar esa vela continuamente? Para encender esta vela es necesario desgastarse, como cada vela, dejarse quemar, fundirse y cuidar la llama. Así lo hacemos ahora con el corazón. Por eso, esta noche no es solo un símbolo, es un sacramento. Esta celebración nos pone frente a la Vida con mayúscula. No es solo una Misa, es un momento para renacer, un dejarnos habitar más hondamente por Jesús por medio del manantial del Bautismo que nos hace hijos de Dios, de la Eucaristía que nos hace hermanos, de la comunidad que nace de la fe del Resucitado.

Mantener esta llama encendida pasa por renovar y sacar brillo a todas las consecuencias de nuestro Bautismo, y a entender la vida como una respuesta al amor de Dios que es siempre nueva. El agua bautismal, el agua que recibiréis especialmente vosotros esta noche, no es un agua estancada; es agua viva que nos limpia del pecado, nos saca del miedo y nos lanza a vivir con alegría el Evangelio.

Hoy por eso se nos ofrece una oportunidad preciosa: bautizaros y, con vosotros, renovar la gracia del Bautismo. Y eso no es repetir una fórmula ni hacer memoria de algo pasado, es volver a nacer esta noche, como lo haréis vosotros, como lo renovaremos todos. Dejar que el Señor nos lave el corazón y nos llene de luz y esperanza. Hoy recordaremos nuestro Bautismo, y si alguien no se acuerda de la fecha, estos días es un buen momento para apuntar en su móvil, como un calendario anual, la fecha de su Bautismo y poder celebrarlo. Os invito a que lo hagáis vosotros esta noche.

Mantener la llama encendida es también prender nuevas velas, como hemos hecho esta noche. Dar luz también a alguien, y aprender a reconocer dónde están las señales del Resucitado. Sí, a nuestro alrededor tenemos signos preciosos de esta Pascua. Si esta noche nos hemos abierto, aunque sea un poco, al misterio de Dios, es una señal de la Pascua. Si nos hemos sentido mirados por amor, sin reproche, es una señal de la Pascua. Si hemos descubierto que somos hermanos, que no podemos vivir encerrados en nosotros mismos, es un signo de la Pascua. Si hemos pensado en las heridas del mundo y algo en nosotros ha dicho “esto no puede seguir así”, es una señal de la Pascua. Si nos ha nacido el deseo de anunciar con nuestra vida que hay esperanza, y que la esperanza es Jesucristo, es una señal de la Pascua.

Entonces sí. Entonces podemos decir que Cristo sigue resucitando en nosotros, y si Él vive, entonces el miedo no tiene la última palabra. La violencia nunca vence, el fracaso nunca define, la muerte no decide. Vive Cristo y vivimos también nosotros. Cristo ha resucitado, hermanos, verdaderamente ha resucitado, y si Él vive, entonces todo es posible.

Feliz pascua, de verdad. Feliz vida nueva.

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