Querido deán, sacerdotes, diáconos, todos los que os habéis acercado esta mañana a esta catedral, los que lo hacéis de forma asidua o los que también venís de otros lugares a celebrar la Eucaristía con todos nosotros.
Nos ponemos delante de la Palabra de Dios un domingo más: San Marcos dedica toda una parte de su Evangelio a la enseñanza que necesitamos los discípulos. Nosotros somos aquellos discípulos que queremos caminar con el Señor y tenemos también, cada uno de nosotros, nuestras resistencias, nuestras expectativas sobre lo que Jesús quiere de cada uno de nosotros y también nuestros filtros a lo que Jesús nos dice. Así, un domingo más, tenemos la necesidad de venir. Jesús enseña, y a mitad del camino hacia Jerusalén, quiso que los suyos volvieran a dar un nuevo paso en esto del seguimiento. Les cuenta que estar con Él, que vivir la vida con Él, que venir a Misa con Él suponía aceptar momentos de prueba y momentos de dolor.
Marcos relata este periodo de la vida de Jesús recordando que en tres ocasiones Jesús anuncia su Pasión. Cada una de estas ocasiones son la expresión del desconcierto de los discípulos que no terminan de entenderlo y también de la resistencia a lo que el Señor les da. Por eso, Jesús da tres oportunidades para ayudarles y para hacerles madurar en lo que significa ser discípulos. Esta es una de las veces en que Jesús lo habla.
La segunda: Jesús no maquilla la realidad y no quiere engañar a sus discípulos. Nos pone delante de la vida tal cual es y la vida cristiana siempre pasa por momentos de cruz, momentos que a veces parecen interminables como nos decía la Primera Lectura. Todos conocemos gente que sufre profundamente y hondamente. Jesús pone delante la cruz la dificultad y el pecado, pero, como siempre, los discípulos no querían oír hablar de dolor, de cruz, no quieren saber nada de pruebas ni de angustias y, en ese momento, san Marcos nos dice que los discípulos andaban con otros temas que no eran del orden de Jesús, andaban discutiendo quién era el mayor.
Hermanos, el afán de poder y de gloria constituye el modo común de comportarnos entre nosotros. Siempre se nos escapa. Cuando miramos la vida, la familia o la Iglesia en clave de quién manda se nos olvida la Palabra de Cristo y se nos olvida ser discípulos. En cuanto discutimos sobre a quién se le ve más, quién tiene más derecho o quién tiene privilegios sobre los otros, estamos ensordeciendo la Palabra de Dios. Así ocultamos la vida de quienes, en silencio, sufren y trabajan porque todo vaya bien. Ellos son los que sufren, los que a veces no se le ve, los que dan sentido y los que realmente son el rostro de Cristo, los que nos ayudan a entender la Palabra de Dios en el silencio. Jesús, sabiendo lo que sentían, les pone y nos pone un antídoto a las luchas de poder y al rechazo del sacrificio, y para dar más solemnidad a lo que va a decir se sienta como un maestro, los llama y realiza un gesto: pone a un último en el centro. ¿A quién pondría hoy Jesús en medio de nosotros en esta mañana de domingo para decirnos donde está el centro? ¿Quiénes son hoy, en nuestras vidas, en nuestras familias, en nuestra Iglesia, en nuestros grupos, los más pequeños, los más vulnerables, los que no tienen fuerza y son aquellos a los que tenemos que poner en el centro? ¿Quién no tiene nada para devolvernos para que nos sintamos importantes?
En medio significa en medio, significa equidistante, para que nadie se haga el distraído y ninguno pueda decir que esto es responsabilidad del otro. Para que nadie pueda decir que no lo ha visto porque está en el centro, sin protagonismos, sin ser aplaudidos o ser los primeros.
Jesús hoy relata cómo quiere vernos: en el centro, la vulnerabilidad, el que sufre, nosotros como discípulos alrededor. ¿Cómo entender esto como asamblea cada domingo? Jesús nos pone su vida y nos pone la Palabra. Por eso queríamos, en este comienzo de curso en toda la diócesis, como un ritmo normal de la Iglesia, pero subrayar la centralidad de la escucha de la Palabra de Dios para darnos cuenta de los grandes gestos y las grandes provocaciones que Jesús nos hace como discípulos.
Por eso, hoy sí os pido, para hacer realidad este Evangelio que Jesús nos plantea, primero el no olvidarnos nunca de poner la Palabra de Dios en el centro y a Jesucristo como Palabra de Dios. Que sea su Palabra la que, en cada momento, nos diga dónde hay que mirar. Que no sean nuestros caprichos, ni nuestras ideologías, ni siquiera nuestras apetencias. Dejar que sea la Palabra de Jesús la que nos diga dónde está el centro en cada momento, en cada decisión, en cada trozo de nuestra vida. Cuando abrimos la Biblia nos encontramos con la palabra "vida", con ese sonido de la Palabra de Jesús que nos hace mirar. La Palabra que tenemos es un don dirigido a cada uno de nosotros para que nunca restrinjamos su campo de acción porque ella es la que nos hace realmente mirar dónde Jesús quiere que miremos.
Por eso, acudir a la Palabra es acudir al Espíritu y dejar que él nos guíe. Aprendamos de Jesús a poner la Palabra en el centro y así ensanchar nuestras miradas, abrirnos a las personas y mirar dónde Jesús quiere que miramos, no donde nosotros nos apetece. Por lo tanto, hoy os pido en primer lugar abrirnos a la centralidad de la Palabra, poner la Palabra de Jesucristo en el centro, pero para eso hay que dar un paso más y por eso también esta Semana de la Palabra: escuchar.
Escuchar de verdad para que, en medio de las cruces y la realidad de la vida, sepamos qué es lo que Dios quiere, afinar la vista y el oído. Mirad, Dios está cerca y con nosotros, pero su presencia no es neutra, su presencia nunca deja las cosas como están. Creer en Dios no es tener una vida tranquila y así lo vemos, la Palabra de Dios nos sacude, nos invita al cambio y nos invita siempre a la conversión. Y nos pone en crisis continuamente y eso no es malo porque como dice, “la Palabra es viva y eficaz, más cortante que cualquier espada de doble filo y discierne los pensamientos y las intenciones del corazón”. Sí, como una espada, la Palabra penetra en nuestra vida haciéndonos discernir los sentimientos, los pensamientos del corazón.
Es decir, enseñándonos a mirar donde está la luz y a poner luz en medio de las oscuridades. Atrévete a escuchar la Palabra. Este es el camino que nos muestra siempre la Iglesia. Todos, también los pastores, estamos bajo la autoridad de la Palabra de Dios, no bajo nuestros gustos ni apetencias, sino bajo la única Palabra de Dios que nos moldea, nos convierte y nos pide estar unidos en la única iglesia de Cristo.
La pregunta es qué palabra escuchamos. En nuestro mundo hay muchas palabras y mucha imagen con palabra. ¿Qué palabra escucho yo realmente en la vida? ¿Quién tiene la última palabra en la vida? A veces nos ponemos delante de Dios, pero somos sordos a la Palabra. O ponemos filtros o nos acercamos al Evangelio a trozos, estando de acuerdo con unas cosas y con otras no del propio Evangelio, y lo hacemos un poco a conveniencia. Escuchamos la Palabra, pero no la guardamos en el corazón. La custodiamos, pero no nos dejamos provocar por ella para cambiar. La leemos, pero no hacemos oración.
No olvidemos que parte de la oración cristiana es la escucha de la Palabra y la adoración del Señor: siempre va unida la oración. Hermanos, hagamos espacio a la Palabra de Dios, a la Palabra de Jesús orada. Que en nuestra oración siempre resuene su Palabra. Que sea también parte de nuestra forma de orar para encarar así la vida.
Tener la Palabra como centro, escuchar sin filtros la Palabra y en tercer lugar explicar, dejar que la Palabra de Dios nos envíe hacia los demás. La verdadera transformación de la vida viene cuando lo hacemos desde el corazón, macerada por la fuerza de la Palabra. El anuncio de la Palabra es nuestra meta y nuestro motor. Comunicar la Palabra: ¿cuánto tiempo hace que no explicas a alguien la Palabra? No lo que dice un libro o "los ecos que has pillado por allí", sino el frescor de la Palabra de Dios macerada en tu corazón. Es la mejor herramienta de evangelización la Palabra de Dios.
Y, por último, en esta Semana, y también como fruto de estas celebraciones, queremos que la Palabra de Dios no sea ni leída ni escuchada uno solo, sino en comunidad. La Palabra está destinada a ser compartida en comunidad. Cuando compartimos la Palabra de Dios con otros, ya sea en nuestras familias, en nuestros grupos parroquiales o en la liturgia, nos unimos de otra manera. Compartid la Palabra de Dios.
Muchas veces en nuestras reuniones o en nuestros proyectos ponemos temas, temarios y a veces la Palabra de Dios no está en el centro. No nos acostumbramos a dejar que ella nos guíe y también nos espabile. Haced que la Palabra de Dios sea escuchada en comunidad, que podamos enseñarnos unos a otros, que podamos escuchar el eco que tiene la Palabra de Dios en otros.
Queridos hermanos y hermanas, esta semana que inauguramos nos ayuda a volver con alegría a las fuentes de la fe que naces de la escucha de Jesús, Palabra de Dios vivo. Mientras se dicen y se leen constantemente palabras sobre la Iglesia, pedimos que el Señor nos ayude a la Iglesia a redescubrir la palabra de vida, para que resuene aquí y desde aquí pueda ser ofrecida a nuestro mundo. Para que nos hablemos de nosotros mismos, si no de la Palabra. Para que no hablemos de nuestros intereses, sino de los de Dios. Volvamos a las fuentes para ofrecer al mundo el agua viva que no logra encontrar.
La sociedad y las redes sociales hoy tienen violencia en las palabras. Nosotros lo que ofrecemos es la mansedumbre de la Palabra de Dios. Quizás hoy es un buen día para preguntarnos qué lugar tiene la Palabra de Dios en nuestra vida, en nuestra oración, en nuestra forma de pensar y decidir. Así aprenderemos a asumir la vida tal y como Jesús nos la muestra poniendo en el centro a los vulnerables y explicándonos dónde está el centro y cómo mirar de otra forma.