Homilías

Domingo, 29 septiembre 2024 00:03

Homilía del cardenal José Cobo en la Eucaristía por el IV centenario de la muerte de san Simón de Rojas (28-09-2024)

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Celebrar hoy la vida de uno de los nuestros, su santidad, es después del tiempo motivo de regocijo. Celebrar alguien que también conforma una familia grande como es esta. Un patrono santo, pero también espejo donde todos nos podemos mirar. No es una meta inalcanzable, sino es alguien que ha caminado por nuestras calles, que ha vivido dificultades como las nuestras y que ha sabido responder. Y alguien también que es intercesor, ayuda activa en la vida de la fe.

Dice el Papa Francisco, ante la santidad «que el Señor lo pide todo y lo que ofrece es la verdadera vida, la felicidad para la cual fuimos creados. Él nos quiere santos y no espera que nos conformemos con una existencia mediocre, licuada, aguada. En realidad, desde las primeras páginas de la Biblia está presente, de diversas maneras, la llamada a la santidad». Esa es la que celebramos. La Iglesia de Madrid se alegra y festeja con toda la Familia Trinitaria el IV centenario del paso a la vida con mayúsculas de uno de sus santos, muy implicado y muy vivo en la historia de esta ciudad: san Simón de Rojas.

Aquel que nace en Valladolid y muere aquí en Madrid y se dice que las honras fúnebres que se tributaron asumieron el aspecto de una canonización anticipada. Era tan grande la fama de santidad que ya a los pocos días de su muerte el Nuncio ya ordenó el proceso de beatificación. Ya fue san Juan Pablo II quien le canonizó en el Año Mariano del 1988.

Una santidad que nace y crece en el seno de una familia cristiana y muy devota de la Santísima Virgen. Especialmente su madre Constanza que sembró como buena madre e hizo germinar en su corazón el amor a María. Tanto escuchó desde pequeño en casa la advocación a la Virgen que dicen que las primeras palabras que pronunció fue Ave María.

Como Trinitario estudia en la Universidad de Salamanca y en Toledo enseña filosofía y teología. Es recordado como muy buen superior en varios conventos y visitador apostólico en varias provincias de la orden. Estuvo cerca de la Corona Española, confesor de la Reina. La Iglesia siempre en este itinerario nos presenta a los santos como modelos de toda vida cristiana, son un ejemplo a imitar, incluso como indicadores que en este tiempo nos enseñan caminos nuevos con la enseñanza que ellos ya ahondaron en su tiempo. Caminos para seguir hoy, no ayer, sino hoy a Jesucristo. Por eso siempre surgen las dudas de como estos hombres, que vivieron en aquel tiempo, que vivieron en una sociedad y en un medio de cultura que nos separa 400 años, cómo nos pueden enseñar hoy.

Otras veces nos imaginamos a los santos como unas personas especiales, como si fueran de una pasta diferente a la nuestra, como si fueran inalcanzables. Sin embargo, han sido hombres y mujeres como nosotros. Con nuestras mismas dificultades y debilidades que en sus vidas tuvieron aciertos y cometieron errores y con frecuencia tuvieron que afrontar en la sociedad en que vivieron desafíos como los nuestros. La clave que identifica y une a todos los santos es su pasión por Jesucristo en un mundo concreto, el deseo de hacer de sus vidas transparencia, testimonio, cercanía de Jesús, deseo de vivir el Evangelio hasta las últimas consecuencias. Amar a Dios como Padre de todos y a dar la vida por amor a sus hermanos, especialmente identificando los predilectos del Señor que son los más pobres.

Esta es la enseñanza que Simón de Rojas nos transmite hoy y tantos otros. Hoy es un buen día para aprender de sus vidas y para aprender con sus ojos. Cuando con los jóvenes hemos hecho el trayecto de los santos de Madrid y hemos visto a Simón de Rojas y a otros le decíamos a los jóvenes: “Mirad este Madrid que ellos vieron con sus ojos». Aprendamos a ver la realidad que tenemos ahora con los ojos de Simón de Rojas, con lo que él le hizo dar respuestas nuevas a la vida y vemos entonces que no son santos pasados, sino que con sus ojos aprendemos a ver Madrid y la realidad de la Iglesia de nuestro tiempo.

Por eso, en primer lugar, podemos aprender de Simón de Rojas que él recibió el título de «padre de los pobres». Sí, esa una realidad crucial para él. Padre de toda clase de pobres, no miró para otro lado, no tuvo prisa y se dejó interpelar por todo tipo de pobreza, del alma y del cuerpo. Fiel al carisma trinitario promovió redenciones de esclavos, se prodigó con los presos, con las prostitutas, procurando rescatarlas, consoló enfermos, redimió a niños de la calle, ayudó a los que no tenían que comer y lo hizo desde la lejanía y desde fuera. Pero desde fuera de esa sociedad, para introducirlos en el corazón de Dios. Con el testimonio de su vida pobre salió para ir al encuentro. San Simón trató de dar respuesta las necesidades de su tiempo, miró y se compadeció.

También hoy, si miramos y nos detenemos, nos tropezaremos en las mismas calles de Madrid con tanta marginación, con menores migrantes, con presos, con descartados, con ancianos en soledad. Los mismos, las mismas realidades que se encontró san Simón hace 400 años. Los pobres nos siguen acompañando y las injusticias continúan expulsando descartados hacia las periferias. Es triste ver que después de tanto tiempo es necesario, pero es esperanzador que haya signos de misericordia en medio de nuestra ciudad. Ser padre de los pobres es la mirada primera que se nos pide. Pero hay más.

Además, es esperanzador ver que Simón de Rojas trató de que grupos de laicos se organizaran para que la ayuda fuera más eficaz y duradera y fundó la Congregación del Ave María que todavía hoy, cuatro siglos después, todos los días, muchos de ellos estáis aquí, seguís dando de comer a los más pobres de nuestro Madrid. Es esperanzador seguir creyendo cómo los laicos tenéis una posibilidad y una vocación específica en la vida de la Iglesia y en la atención a los más pobres.

Pero también, junto a la mirada de los pobres y junto a la mirada de los laicos, nuestros santos nos enseñan también, cuatro siglos de distancia, que el Evangelio invita a tocar a los pobres en la carne de Cristo, a acompañar al mismo Cristo en la soledad de los ancianos, a consolar, pero siempre, toda respuesta, macerada en el corazón de la oración. La oración forma parte de esta mirada. En la contemplación de los misterios de la vida de Jesús, en la escucha de la Palabra de Dios, fue un gran orante y un maestro de oración. Integró lo que a nosotros a veces nos cuesta unificar, la entrega a la caridad y a la misión y la contemplación en el silencio y en la soledad del corazón.

Mirando a Jesús aprendió a pasar las noches en la oración del Padre, y las jornadas curando enfermos, echando demonios, consolando a los desesperados, hablando a la muchedumbre de la bondad y de la misericordia de su Padre. Sin la oración, sin la unión con Cristo en la contemplación, como los sarmientos a la vid, no es posible verle en el hermano. Desde allí se entiende bien que, cuando recibió los encargos en la corte, puso como condición para aceptarlos poder siempre seguir ocupándose de los pobres.

Pobres, laicado, oración. Y una cuarta enseñanza. Su amor tierno y confiado a la Virgen María. Lo vivió en la familia, donde se encarnan las condiciones más profundas de la fe. Sus cualidades intelectuales, sus encargos en la corte y su trepidante actividad caritativa, se entrelazan siempre con una cercanía maternal a María. Una devoción que se propaga, tanto en los reyes como entre la gente sencilla y humilde a las que socorría, de tal modo que era llamado familiarmente el Padre Ave María.

San Juan Pablo II dijo de él, en la homilía de su canonización, que «expresó su voluntad de pertenecer a María con una de sus jaculatorias preferidas, “que yo sea todo vuestra o señora que no tendré nada más que tener”». Entrega confiada de un hijo a su madre.

Queridos hermanas y hermanas, celebremos hoy con alegría y gozo esta conmemoración de Simón de Rojas, aprendamos de su vida y de como él mira a la vida. Demos gracias a Dios porque su vida entregada continua presente a través de la familia trinitaria, religiosos, religiosas, laicos y laicas y de tantas realidades eclesiales, en esta y en otras diócesis, algunas de las cuales dais continuidad a iniciativas de nuestro santo: el comedor Ave María, las parroquias, la atención a la cárcel de Soto del Real que prosigue la dedicación de los pobres de aquella cárcel de la corte que tuvo durante toda su vida san Simón. Gracias a todos, en nombre de toda la Iglesia, por vuestro trabajo y dedicación.

Gracias por el cuidado de la cárcel, por la presencia en las parroquias, gracias por vuestro carisma en las casas de acogida, en los colegios, donde continuáis dando vida a lo que Simón sembró hace 400 años. Que su ejemplo siga animando vuestra entrega generosa y creativa en esta pastoral samaritana. La Iglesia de Madrid os necesita en concreto y necesita vuestro carisma y necesita, a través vuestro, mantener la mirada de Simón de Rojas. Su vida es un ejemplo de como la fe y la compasión pueden transformar una ciudad. Y su legado también a través vuestro sigue vivo en la memoria de Madrid a través de su compasión y de cada uno de vosotros.

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