Hoy es un día muy especial para nuestra Iglesia de la que hay aquí una foto preciosa con todos los que hoy celebramos aquí en esta Catedral la Eucaristía. Queridos obispos auxiliares, don Alberto, nuncio en Venezuela, cabildo de la catedral y consejo episcopal, junto con vosotros arciprestes que os agradezco especialmente que también estéis hoy en este inicio de año jubilar. Queridos sacerdotes y diáconos, seminaristas, vida consagrada y como no a tantas familias que también habéis acudido a la catedral. Gracias especialmente a los más pequeños que habéis hecho un esfuerzo en medio de las vacaciones, sois muy importantes y os necesitamos.
No solo celebramos la fiesta de la Sagrada Familia en la que cada año se nos invita a agradecer el don y la bendición que es la familia como el amor que se hace vida compartida. El Papa Francisco inauguraba la pasada Nochebuena el Jubileo de la Esperanza en la basílica de San Pedro en el Vaticano, hoy continua ese inicio abriendo la Puerta Santa de la Catedral de San Juan de Letrán y en cada catedral del mundo se celebra, de un modo especial, este inicio del Jubileo. Andamos en este tiempo, y por eso lo celebramos, necesitados de esperanza sin duda y se nos invita a acoger, dice el Papa, «con plena participación tanto el anuncio de la esperanza de la gracia de Dios como los signos que atestiguan su eficacia».
Parece que al final del año es tiempo de balances, de buenos deseos, de miradas que evaluamos lo que hemos vivido, los acontecimientos más importantes. En estos días todos tenemos momentos para escuchar balances económicos, políticos, deportivos, sociales y a continuación vienen los buenos deseos. A ver si el 2025 nos trae mejores perspectivas, a ver si se soluciona tal o cual conflicto, a ver si los problemas se resuelven, a ver si los nubarrones que amenazan a la convivencia se van disipando. Suena sencillo y es una tentación reducir la esperanza a buenos deseos un poco genéricos.
Ojalá que ocurra todo lo que deseamos, ojalá las cosas mejoren, ojalá la gente que sufre sufra menos y así lo expresamos. Pero, ¿no os parece que con solo decirlo es insuficiente?
Me gustaría compartir hoy al inicio de este año jubilar una mirada un poco más audaz. La esperanza no es un vago sentimiento que anhela cosas, no es la nostalgia que se conjuga en tiempos de futuro ni una última forma de resignación cuando no queda otra cosa. La esperanza es la lucidez para ver las posibilidades que germinan en el corazón de nuestro mundo. La esperanza es la confianza en que el bien de Dios va creciendo. La esperanza es también el compromiso personal para hacer lo posible y para empeñarse por el proyecto de Dios.
Es lo que ocurre a los grandes personajes de la Biblia que, por un lado, para abrirse a la esperanza acogen el don de Dios y así responden ofreciéndole lo que amamos, en la confianza que ofreciendo lo que amamos es el mejor camino de la plenitud. Por eso decía, la esperanza es la lucidez para descubrir las posibilidades que tiene nuestro mundo y que están germinando en su corazón. La esperanza es mirar con los ojos de María, esa que descubre como la salvación se va realizando a través de un niño y se realiza acompañando a Jesús incluso en los momentos oscuros al pie de la cruz.
Son los ojos que no tuvieron aquellos doctores que simplemente se asombraron de un Jesús que respondía. Quizás por estar acomodados a las interpretaciones de siempre, de su escritura y de su realidad. La esperanza no es optimismo. En la bula de convocatoria de este Jubileo de la Esperanza, el Papa Francisco lo dice así: «Es necesario – dice – poner atención a todo lo bueno que hay en el mundo para no caer en la tentación de considerarnos superados por el mal y la violencia».
Para nosotros, que hoy estamos aquí, las posibilidades de nuestro mundo entroncan con las promesas que siempre Dios nos ha hecho. Dios nos promete «un amor posible», como nos dice la Primera Carta de Juan. Promesa que ha de llevarnos a abrir los ojos para descubrir que nuestro mundo está atravesado por el espíritu, habitado y guiado por la sabiduría de Dios.
La esperanza entonces pasa por empeñarnos en buscar los signos que apuntan por dónde la palabra está echando raíz en medio de nuestras familias, de nuestra sociedad y nuestra Iglesia. Tendremos que ser expertos en detectarlo y analizarlo.
Es verdad que hay tiempos oscuros, que mucho invita al desasosiego, la esperanza ha de ser profética y crítica sí, pero ha de ser también y sobre todo lucida para rescatar y descubrir lo que nos ha prometido. Decía Juan: «Seremos semejantes a Él, lo veremos tal cual es, cuánto pidamos lo recibimos de él, permaneceremos en Dios por el Espíritu que se nos ha dado». Se nos llama a vivir «anclados en la esperanza». Es la expresión que utiliza el Papa para colocarnos hoy: anclados en medio de las tormentas contemporáneas, anclados en medio de los miedos que hay a nuestro alrededor, anclados sabiendo que nuestro fundamento, nuestra ancla es el mismo Jesús que se nos regala.
Por eso, no solo miramos los signos. La esperanza es también confiar en las promesas de Dios. Esa confianza pide en nosotros, nos dice la Bula que se nos regala, «paciencia». Vivimos en un mundo marcado por la urgencia y la dificultad para lidiar con las frustraciones. Sin embargo, la esperanza pide de nosotros una mirada serena y una actitud de confianza perseverante. El tiempo, queridos amigos, es nuestro aliado y es el aliado de la Iglesia. El amor echa raíz despacio. La historia es mucho más sabía que nuestros cortoplacismos y en ella siempre la acción de Dios permanece. Estas celebraciones navideñas y el cambio de año nos hacen evocar el paso del tiempo.
El Jubileo nos habla de historias, 2025 años, de siglos de celebraciones. Este año también se cumplirán los 1700 años del Concilio de Nicea y su búsqueda de las formulaciones sobre la verdadera naturaleza de Jesús. ¡Cuántas figuras han brillado y se han desvanecido a lo largo de los siglos! ¡Cuántos imperios desaparecidos! ¡Cuántas historias mínimas ya olvidadas o que pasan de moda!
Pero lo ocurrido con Jesús sigue siendo para nosotros luz, faro y promesa. No reduzcamos la vida al presente, no convirtamos la esperanza en la exigencia de algo rácano e inmediato. Siente que formas parte de una historia abierta a la eternidad. Ese es el Jubileo. La historia de la creación en la que se ha de realizar en plenitud el amor, la belleza y la justicia de Dios. Aunque a veces nos cuesta verlo, en esa historia hemos sido incorporados.
Y por fin, si la esperanza es confianza, es también un compromiso en el proyecto de Dios. No es un deseo simplemente. Como María y José al poner a Jesús en el centro, todo lo demás ha de reordenarse. Lo entendéis muy bien en las familias, las prioridades hay que reordenarlas cuando se pone a Jesús en el centro. Las fuerzas y la forma de acoger la vida hay que reordenarla si se acoge a Jesús en el centro. Compromiso es guardar en el corazón las promesas y también servirlas y presentarlas con nuestro talento, tiempo y vida.
El Papa nos ha invitado a sembrar y cultivar la esperanza en muchos ámbitos de la vida que están esperando nuestra actuación. Permitidme que de estos lugares de esperanza, hoy pongamos y presentamos especialmente, en esta fiesta de la Sagrada Familia, esta invitación a hacer de la familia también un lugar de acogida de la esperanza. En un mundo de mucha soledad, mucho individualismo y egoísmo, la familia aparece como una luz muy especial. En un mundo en el que el amor se concibe demasiadas veces como una búsqueda del bienestar sentimental, hoy la familia nos sitúa. La familia, cuya referencia es el modelo de la Sagrada Familia de Nazareth, nos recuerda que el amor, a imagen de Dios, es mucho más que un sentimiento personal.
El amor es nuestra forma de reflejar el paso de Dios por cada uno de nosotros. Es permanecer en Dios, amarnos a su modo, salir de cada uno para cuidar al otro, es ofrecer, en nuestra sociedad, un hogar donde echar raíz y al que volver, una forma de anclarnos en la historia y una forma de continuar más allá de nosotros. En la familia lo aprendemos y nos abrimos a la esperanza. Podemos aprender de ella. La familia es el taller de la esperanza que caminamos en medio de las dificultades y nos enseña cuál es su contenido esencial.
Eso implica nuestra sociedad para llamarla hoy a cuidar la familia y a cuidar en ella la posibilidad de engendrar y transmitir nueva vida y las condiciones de vida dignas para que esto sea conciliable con las demandas que tiene nuestra sociedad. Una sociedad que no cuida a sus familias se desintegra.
Había mucho más que decir sobre la esperanza, pero tenemos todo un año para descubrirlo. El 2025 puede ser para nosotros la ocasión de recuperar una mirada lucida, de recomponer y recuperar la confianza serena y una posibilidad para el compromiso personal y colectivo con Dios en su proyecto en medio de nuestro mundo.
Eso espero, y pido a Dios, para que la Iglesia de Madrid, en este Jubileo de la Esperanza, se abra y podamos hacerlo juntos, y eso le pedimos a nuestra Madre de la Almudena poniendo nuestras vidas y nuestras familias a sus pies con esperanza y con nuestra forma de peregrinar.