Homilías

Lunes, 09 junio 2025 09:00

Homilía del cardenal José Cobo en la Vigilia de Pentecostés - Misa Jubilar para Movimientos, Asociaciones y Nuevas Comunidades (7-06-2025)

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Es una alegría estar en esta Vigilia con vosotros aquí. Es una alegría el que estemos unidos como los apóstoles en Pentecostés, cada uno con su carisma, con su toque, con su ministerio.

Gracias, vicarios episcopales, cabildo de la catedral, sacerdotes que nos acompañáis. Gracias también a los diáconos. Gracias a Susana, como directora del Secretariados, punto de encuentro en esta labor. Gracias, Luis Manuel, director de la Comisión Episcopal de Laicos, Familia y Vida, que hoy nos acompaña. Gracias a cada uno de vosotros. Veo que hay muchos de los responsables de movimientos, de grupos y de asociaciones hoy en esta catedral, después del día que se ha compartido.

Me alegra especialmente veros y que estemos aquí hoy porque siempre es necesario vernos. Los vínculos no se crean solo en la cabeza; también, como cada familia, necesitamos vernos. Y vernos unidos especialmente desde la comunión entre nosotros, dispuestos –como hacemos en esta Eucaristía– a responder a la misión de dar testimonio de Cristo sin tregua, como hicieron los apóstoles en el primer Pentecostés. Ellos, llenos del Espíritu Santo, libres de todo temor, se lanzaron a dar testimonio de Cristo a hombres y mujeres de diversas culturas, lenguas y naciones y, sorprendentemente, siempre con el único sostén del Espíritu recibido.

La llamada que tenemos y que hoy renovamos, es responder juntos a una única misión, que es de Cristo y no nuestra. Por eso nos reunimos, como discípulos que somos, pero no como algo que tengamos que proponernos. Queremos reunirnos sabiendo que esto de la misión, de la respuesta y de la vocación, es un don que exige también de nuestra parte la perseverancia en el Espíritu Santo.

Madrid está lleno —la comunidad diocesana— de movimientos: desde el Apostolado Seglar, desde la Acción Católica general, la especializada, cada uno de los movimientos que estáis alrededor, cada una de las asociaciones. Todos apuntamos a algo, algo que este curso ya hemos iniciado a ahondar y profundizar, algo que seguiremos trabajando el año que viene: la importancia del descubrimiento de la vocación bautismal, el descubrimiento de la vocación laical como una aportación especial a nuestra Iglesia. Para esta empresa os necesito especialmente; necesito especialmente vuestras reflexiones, vuestras aportaciones y vuestra tarea en toda la vida diocesana, para que, juntos, profundicemos en el significado hondo de la vocación bautismal recibida.

Como os decía, tenemos mucha suerte en nuestra diócesis por tanta riqueza y tanta pluralidad de vida cristiana. En cada rincón, en cada ambiente, en cada barrio y en cada pueblo, a poco que miremos descubrimos la presencia de múltiples carismas laicales expresados en esta riqueza que esta tarde ponemos delante de la Eucaristía. Es un gozo, pero también, para todos nosotros es una gran responsabilidad.

Testigos de esperanza en el mundo (Jornada del Apostolado Seglar en este año Jubilar)

Los cristianos laicos en Madrid, tenemos el reto de continuar unidos en la comunión de la Iglesia y, así, escuchar juntos y ahora –no hace 10 años ni 20– la misión que tiene la Iglesia en el mundo de hoy, lo que el Espíritu espera de la Iglesia en Madrid en el mundo de hoy.Por eso habéis sido hoy aquí doblemente convocados:

  • Primero, como todos los años en esta Vigilia de Pentecostés, por vuestra participación en el apostolado seglar.
  • En segundo lugar, somos convocados hoy como peregrinos que venimos a esta catedral para celebrar, en este año especial, el gran Jubileo de la Esperanza. Testigos de esperanza en el mundo es el lema con el que celebramos esta fiesta de Pentecostés, en esta Jornada tan especial juntos unos con otros.

En este año jubilar marcado por la proclamación de Jesucristo como la esperanza del ser humano, de la Iglesia y del mundo, celebramos con alegría esta Jornada para que ahondemos en la vocación recibida, única y especial; pero también para cultivar la virtud teologal de la esperanza, no en general ni ideológicamente, sino con un horizonte muy concreto: ser signos de esperanza en el mundo.

Sin duda estáis llamados a ser signos de esperanza en vuestros hogares, porque vuestras familias, además de ser iglesias domésticas, son las principales células de la sociedad, y, por tanto, los laboratorios en los que se ensaya y se construye la vida de la Iglesia en esta misión de construir la civilización del amor.

Estáis llamados también a ser signos de esperanza en vuestros grupos, en vuestros movimientos y vuestras comunidades. Pero sin encerraros en cada uno de ellos, sino sabiendo que cada realidad eclesial esta llamada a ser una puerta que acceda a la totalidad de la Iglesia. En vuestras manos está, de un modo muy especial, el que podamos avanzar hacía una Iglesia más pobre, es decir, despegada de cualquier forma de poder mundano, más humilde y atenta a los signos de los tiempos, más sinodal y, por tanto, más participativa y menos clerical, y más misionera, más capaz de dialogar y acompañar a todos; y más dispuesta a servir a esta sociedad que nos llama, antes que a criticarla, siendo antes madre que maestra.

Y ejerciendo esta vocación y este apostolado seglar desde vuestra vida cristiana, estáis llamados a ser testigos de esperanza aún más allá. Sabéis que vuestro horizonte no tiene límite, porque estáis llamados a ser signos de esperanza no solo en los espacios más o menos protegidos y cómodos, sino en el mundo, en un mundo que tiene en cuenta cuáles son aquellas periferias esenciales, aquellos lugares últimos. Estas periferias son lugares que nos están llamando: las del misterio del pecado, las del dolor, las de la injusticia, las de la ignorancia, las del pensamiento, las de toda miseria; ahí se nos está esperando.

Qué importante es que os sepáis llamados a estar en la vanguardia de la evangelización en el mundo, a responder al envío que Cristo nos hace a todos juntos. Un mundo que debemos mirar con ojos de misericordia y de complicidad, el mundo precioso que nos ha tocado vivir y, por tanto, el mundo concreto al que antes que nada debemos amar; debemos amarlo porque Dios lo ama hasta el punto de que, como nos dice San Juan, «tanto amó Dios al mundo que le entregó a su propio Hijo» (Jn 3, 16).

Como veis, queridos hermanos, la vocación a la que se nos convoca está vinculada íntimamente a la Iglesia. El Espíritu, ese que recibimos y que renovamos hoy, nos envía a responder juntos a la única misión que Cristo nos ofrece.

Por eso quiero ofreceros dos subrayados de respuesta a este Pentecostés, a esta Jornada y a esta peregrinación:

El primero es que, como peregrinos que hemos entrado a la misma iglesia, a la puerta de Jesucristo —la única puerta que es común a todos—, miréis y escuchéis a esta misión única de toda la Iglesia. Una misión que está más allá de las miradas de nuestros grupos y carismas. Los movimientos, la vida del Apostolado seglar forma parte fundamental en la evangelización; por ello, antes que nada, juntos hemos de escuchar esa llamada que Cristo está lanzando ahora mismo.

Bien lo sabéis, sólo desde la comunión profunda y sincera, efectiva y afectiva, con el Papa, con vuestro obispo, con la Iglesia Universal, con la Iglesia diocesana, con las comunidades cristianas donde vivís, y con todos los demás movimientos, vuestro apostolado dará frutos, como los sarmientos que están unidos a la vid.El Papa León XIV lo tiene grabado en su corazón con esas palabras de San Agustín de su lema episcopal: En el Uno, somos uno, en el Dios que es uno, nosotros somos uno. Escuchar la misión.

En segundo lugar, me gustaría pediros hoy para responder a esta misión una palabra: complementariedad. Todo el mundo habla de la coordinación o de llevarnos bien; yo pediría más: una palabra que tiene mucho que ver con la comunión. No vale que cada carisma se coordine o solo sea respetuoso con los otros. Si queremos responder a la única misión, hemos de aprender que somos complementarios, que dependemos para nuestra existencia unos de otros. Desde el participar del mismo Espíritu os invito a seguir haciendo todo lo posible para que vuestros carismas permanezcan siempre al servicio de la unidad de la Iglesia y se ensamblen unos con otros, no solo que se superpongan. Esta es la artesanía que da el Espíritu: la de saber que necesitamos para ser Iglesia de los otros.

Hoy lo estamos haciendo al celebrar este momento reunidos y agrupados como laicos, como sacerdotes, en esta gran familia que es la Iglesia que peregrina en Madrid, unidos a vuestro obispo, a vuestros sacerdotes, a los religiosos y las religiosas que con vosotros embellecen esta gran sinfonía de los carismas en esta diócesis.

San Pablo, en la carta a los Romanos, unos capítulos después del texto que hoy hemos escuchado, nos dice que “así como en un solo cuerpo tenemos muchos miembros, y no todos los miembros cumplen la misma función, así nosotros, siendo muchos, somos un solo cuerpo en Cristo, pero cada cual existe en relación con los otros miembros”. Por eso, es necesario ponernos en relación a través del amor cordial de unos a otros. Pablo nos da la clave: “cada cual estime a los otros más que a nosotros mismos” (Rom.12,5.10), que cada cual estime a las otras comunidades, a los otros carismas, a los otros movimientos, más que a nosotros mismos.

Esto es lo que os propongo. Y esto es lo que propone una mirada eclesial de complementariedad de unos con otros. Y siempre unidos a vuestras parroquias, a vuestras comunidades más cercadas, aquellas que están a “la vuelta de la esquina”, que serán siempre escuelas de comunión y de misión donde todos cabemos y donde todos podemos participar.

Queridos amigos, gracias por celebrar este milagro de la comunión y de la complementariedad. Vivid el júbilo de este jubileo universal también aquí, en vuestra catedral. Y demos gracias a Dios por estar no solo esta tarde, sino siempre en este templo de la diócesis donde os reconocéis en la unidad de la Iglesia, y donde sois llamados por la Iglesia a la misión en el mundo, en este rico y variado mundo, espejo y crisol de todo el mundo, que es Madrid.

Gracias por hacerlo posible. Gracias por hacer esta tarde un nuevo Pentecostés.

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