El obispo de Camagüey, monseñor Wilfredo Pino Estévez, en una carta dirigida al secretario general de la Conferencia Episcopal Española, José María Gil Tamayo, explica cómo ha vivido el paso del huracán Irma por Cuba y agradece a su Iglesia y a todos la constante preocupación, su cariño y oraciones.
Cuenta como lo primero que hizo al saber que se acercaba el huracán fue trasladarse a Guantánamo. Quería que sintieran la presencia de un obispo. «Celebramos la misa en la mesa de comer. El padre Alberto puso un mantel blanco y allí tuvimos una linda eucaristía. Imposible que la gente pudiera venir a la iglesia.
Decidí volver a la Punta de Maisí porque tenía la percepción de que ya Irma se alejaba de nosotros. Ya de regreso, me despedí del padre Alberto y volví a recorrer las comunidades mencionadas antes, pero ahora incluyendo al Jamal, atendida por el padre Efrén. Afortunadamente, todos estaban bien y no se veía mucho daño, salvo en la zona de Yumurí, donde desemboca al mar el río del mismo nombre.
Como datos curiosos de Maisí, menciono cómo en muchas casas la gente quitó los techos (de zinc o de fibrocemento) antes de que llegara Irma. Y después que pasó el peligro, los volvieron a colocar. Así hicieron los fieles de la capilla de La Yagruma. No quisieron pasar por la misma experiencia que vivieron con Matthew. Como estábamos en la novena de La Caridad, me propuse ayudar a todos los más posibles con mi carro. Bajo lluvia recogía a personas que ‘iban para la cueva a refugiarse’, a otro que me dijo que era ‘de la zona de defensa’, a niños a quienes trataba de hacer reír, etc. Viendo que el tiempo había mejorado y que Camagüey estaba amenazado, decidí ir tras Irma. No llovía y casi no había tránsito en la carretera. Desde Baracoa a Guantánamo (150 kilómetros) solo me crucé con 3 carros. Desde Guantánamo a Camagüey pude llegar bastante rápido porque no había casi tránsito (reconozco que todo parece indicar que el único loco que andaba por la carretera era... el arzobispo de Camagüey). Que no hubiera carros me ayudaba a manejar porque podía ir por el medio de la carretera. Además podía esquivar mejor los árboles que habían caído o estaban cayendo sobre la carretera. Además las ráfagas de lluvia fuerte eran intensas.
Fue algo imprudente de mi parte pero me confié en que como no llovía ya en Guantánamo, así estaría en Camagüey. Por lo que pienso que yo no iba detrás de Irma sino junto con ella. Seguí recogiendo a otros ‘locos’ que hacían señas para que los llevara. En todos había la misma preocupación: ‘voy a buscar a la vieja’, ‘tuve que ir a guardar el ganado’…
A Camagüey llegué sobre las 9 y media de la noche. Todo a oscuras, árboles en el suelo, etc. Durante el viaje había podido llamar por el celular a los sacerdotes de Nuevitas y Esmeralda que eran los municipios que podían ser más afectados. Les pedí que me llamaran cada dos horas. Y así estaba más informado».
Después de contar con detalle lo que iba sucediendo y los daños ocasionados en diferentes lugares, monseñor Wilfredo cuenta, como él dice, algo lindo dentro de lo malo. «Al llegar a Jiquí, era doloroso ver toda nuestra iglesia en el suelo, con los bancos aplastados y las imágenes destruidas. Pero allí estaban, bajo una lluvia ligera, Ismaela y Alberto, un matrimonio de la comunidad. Fue ella la primera que nos vio y nos gritó: ‘Monseñor, se cayó la capilla, pero no la Iglesia’. Les comparto que cuando se conoce gente así, uno se siente poca cosa.
Me recordaba el episodio de cuando el Matthew, en Maisí, que viendo yo cómo había quedado un malangal de destruido (la malanga es un tubérculo cultivado en Cuba) me quejaba del destrozo cuando una mujer que había recogido en el carro, optimista, me dijo: ‘Usted verá qué lindas malangas van a salir de allí’. O aquel hombre que, teniendo a su espalda su casa en el suelo (con refrigerador y televisor) me dijo: ‘Obispo, no importa, lo material se arregla, lo que importa es que todos estamos vivos’. ¡Cómo no enamorarse de nuestra Iglesia cubana cuando hablas por teléfono con el padre Bladimir, de Santa Cruz del Sur, para preguntarle si el mar estaba penetrando en el pueblo, y éste, además de decirte que no hay grandes penetraciones del mar, te dice que en ese momento están saliendo para Jiquí, con un almuerzo que han preparado para 150 personas de un arroz con pescado y que llevan otras cosas más, como clavos, para ayudar a los necesitados que aparezcan! No pudimos tener las Procesiones de la Virgen de la Caridad, pero ahora, como en otras ocasiones, nuestro buen Dios nos está invitando a hacer ‘procesiones de amor’ como las que les acabo de contar. Estoy seguro que, mañana lunes, cuando los sacerdotes vengan al Obispado, inventarán nuevas ‘procesiones’ de este tipo...».