El Papa ha autorizado la promulgación del Decreto de Virtudes Heroicas de tres españoles, paso previo a su beatificación. Se trata del sacerdote vasco José María Arizmendiarrieta, la religiosa granadina Emilia Riquelme y la también religiosa María Esperanza de la Cruz, navarra. Además de los decretos referidos a estos tres españoles el Papa Francisco ha aprobado la promulgación de decretos sobre las virtudes heroicas de otros nueve siervos de Dios de diferentes países, junto a los decretos que aprueban los milagros de cinco beatos.
María Emilia Riquelme Zayas fundó en Granada el Instituto de las Misioneras del Santísimo Sacramento y de la Bienaventurada Virgen Inmaculada. Nació y murió en Granada (1847-1940), donde fundó la Congregación, en cuya Casa Madre, ubicada en la Plaza Sor Cristina de la Cruz de Arteaga en Granada, se encuentran sus restos mortales. En la ciudad de Granada, las Misioneras del Santísimo Sacramento tienen una residencia universitaria de chicos y otra residencia universitaria de chicas que llevan el nombre de Madre Riquelme, y colaboran en la diócesis con la Pastoral Universitaria. De Granada partieron a la misión y hoy están presentes en Angola, Colombia o Filipinas.
Esperanza de la Cruz, cuyo nombre “en el siglo” era Salustiana Antonia Ayerbe Castillo, fue una religiosa misionera navarra nacida en Monteagudo el 8 de junio de 1890. Entró en el monasterio de Agustinas Recoletas de la Encarnación de Madrid y, en 1931, partió a China, donde fue la superiora de la misión de Kweitehfu durante nueve años. Regresó en 1941 y fundó el noviciado de Monteagudo, y numerosos centros por todo el mundo. En 1947 consiguió el decreto de creación de la congregación de las Misioneras Agustinas Recoletas de María.
José María Arizmendiarrieta, nacido en Markina, Vizcaya, fue un ejemplo de sacerdote involucrado en la labor social. Fue el alma del movimiento cooperativo de Mondragón, una experiencia que aunaba fe, compromiso social y una apuesta por el trabajo digno, que se puede considerar un precedente mundial. A pesar de su implicación en numerosas iniciativas, no dejó de ser sacerdote de parroquia y hombre de oración.