España

Viernes, 10 noviembre 2017 11:59

Un testimonio de la iglesia católica «clandestina» en China en 'Tras las huellas del Nazareno'

El programa «Tras las huellas del Nazareno» vuelve la mirada en esta ocasión hacia la lejana y todavía desconocida China. El P. José de Jesús, sacerdote de la Iglesia católica en China, sacerdote de esa Iglesia no reconocida por el Gobierno comunista de Pekín y que se conoce como «clandestina», ofrece su testimonio. Graba de espaldas y bajo pseudónimo obligado por las circunstancias.

Aunque la situación de la Iglesia católica en China ha cambiado mucho a lo largo de los últimos años, el gobierno comunista sigue siendo incapaz de comprender que la autoridad del Papa al frente de la Iglesia católica es un liderazgo de naturaleza espiritual, que no tiene nada que ver con la política. Por eso, trata como a traidores a los católicos chinos que se mantienen fieles a Roma.

El periodo más duro se desarrolló por más de treinta años, desde el triunfo de la Revolución comunista en el año 1949 hasta comienzos de los años 80. Todos los sacerdote extranjeros fueron expulsados, y prácticamente todos los sacerdotes y obispos chinos encarcelados, enviados a trabajos forzados o asesinados. Las comunidades católicas quedaron sin pastores durante esos más de treinta años. No podían tener vida sacramental en las parroquias, y les estaba prohibido incluso reunirse para rezar. Pero los católicos no se rindieron y decidieron hacer de cada familia, cada uno en su propio hogar, una Iglesia doméstica. Desde entonces y hasta hoy, todas las familias chinas, al levantarse, se reúnen al llamamiento del cabeza de familia y rezan un rosario juntos con una serie de oraciones que son como una especie de laudes. Y antes de acostarse hacen lo mismo, otro rosario y otra serie de oraciones que formarían una especie de vísperas. Son casi dos horas diarias de oración en familia. Los domingos cuatro horas de oración en familia. Así se ha mantenido la fe en China. Y las comunidades no solo no han disminuido con la persecución, sino que se han fortalecido y han crecido.

Pero en los años 80, «ley del hijo único» se convirtió en un nuevo flagelo para las familias católicas. El gobierno castigaba con multas durísimas a quien se atreviera a desobedecer la ley. Pero los padres del P. José no lo dudaron. Como los apóstoles dijeron: «Tenemos que obedecer a Dios antes que a los hombres» (Hch. 5, 29). Y aceptaron todos los hijos que el Señor les envió, que fueron cinco. El gobierno les castigó quitándoles las tierras que cultivaban, que eran su único medio de subsistencia. El P. José no se avergüenza de reconocer que su familia ha pasado hambre y muchas otras necesidades por el hecho de ser católicos. Su padre tuvo que mendigar el pan de su hijos muchas veces, entre sus familiares y amigos. Y no lo lamenta, al contrario, este hombre tan duramente probado, siempre dice que nunca ha vivido mejor su fe católica como en ese momento.

Con todo, en los años 80, el gobierno relajó relativamente la persecución anticristiana, y algunos sacerdotes pudieron atender de nuevo las comunidades católicas. El P. José conoció entonces a un sacerdote heroico y entregadísimo: era el único sacerdote para sesenta pueblos. Cada domingo celebraba cinco misas, por turno en las distintas poblaciones. Y la gente se desplazaba caminando a la misa más cercana. El P. José  recuerda ser todavía muy niño, y caminar seos, ocho y hasta diez kilómetros hasta llegar a la Iglesia. Y luego la vuelta. El sacerdote pasaba como una exhalación con la bicicleta para llegar cuanto antes y ponerse a confesar y atender a su rebaño.

El P. José hablará además de la situación actual de la Iglesia, del sufrimiento de los obispos fieles a Roma… Pero lo hará con toda serenidad y sin asomo de victimismo, precisamente porque lo más importante para los católicos chinos es la fe y, a pesar del sufrimiento y la persecución, la fe se ha mantenido. Por eso no se debe llorar, se debe seguir caminando a la luz de esa fe, hasta la patria del Cielo.

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